Nora Strejilevich - Materiales - Testimonio de una madre


 

Testimonio de una madre

Los llamados
Una vez llama y no lo reconozco, podes creer? Corto por miedo, no se quien es. Después me doy cuenta que lo habrían golpeado mucho al principio y que no podía vocalizar. Como a la semana vuelve a llamar, y estoy segura que es su voz, hablo con él, habla con mi marido, con mis otros hijos, y dice: estoy bien. Le contestaba cuidate, Pablo, decía no hagan nada, yo estoy bien, uno de estos días voy a ir a casa, mamá, no te preocupes. Le preguntaba cosas absurdas ¿estás durmiendo en una cama? ¿Usás sábanas?¿Comés? Sí, sí, estamos bien, comemos bien, no te preocupes. Me decía cosas como hablando conmigo sin querer decir ni contar nada. Como si me preguntaras cómo te llamás, yo te dijera me llamo Gladys. Y me preguntás quién sos, y yo sí, estoy acá. . . esas eran las respuestas. ¿Qué hacés ahí? Nada, estamos . . . algunos trabajos de oficina. ¿Estás bien, estás sano? Sí, estoy bien, estoy bien.

Cuando cortaba me quedaba desesperada, porque me decía: debe estar con un revólver en la cabeza, hablando de todo esto. Andá a saber por qué lo hacían hablar. . . Una de las veces me preguntó dónde está Tina. Le dije Tina no está y se fue del país. Yo no sabía dónde se había ido, por suerte. Hoy me doy cuenta que por suerte. En ese momento me dio una bronca bárbara que se fuera sin decirme adónde. Porque por ahí, yo inconcientemente se lo hubiera dicho.

Me llamó en diciembre por primera vez, y yo cumplo años el primero de enero. Para tu cumpleaños voy a tratar de llamarte, me dijo. No me llamó para mi cumpleaños. Me llamaba así, locamente, y llegó un momento que yo estaba sentada al lado del teléfono. Entonces un día le dije: ¿no me podés fijar un día en que vas a llamar? Porque yo a la vez seguía buscando, largando puntas. Te voy a llamar todos los jueves, me dijo. Y durante enero, febrero y marzo, llamó todos los jueves, a las cuatro o cinco de la tarde, hasta el 24.
Los llamados eran, no sé qué palabra usar . . . inoperantes, no tenían nada que ver con nada. Para qué le hacían hacer esos llamados tampoco lo sé. Porque después que sabían que no estaba Tina, igual seguía llamando. Me dijo una vez: voy a ir a casa, mamá. Pero en ese mes, en enero, cambiaron al jefe de la ESMA. Y ahí se puso más rígida la situación. Este personaje cambió todo, porque me dice la próxima semana voy a ir, lo cambian a este tipo, y ya no viene.

Yo trataba de deducir cosas, pero aunque le estuvieran poniendo la picana en ese momento él me iba a decir a todo que sí, entonces llegaba un momento en el que ya no sabía qué decir. La única ventaja de todo esto era que yo sabía que hasta ese momento estaba vivo, pero yo en ese entonces ni pensaba que pudiese llegar a no estarlo. Tan inconciente . . .

Los nombres
Mi nombre de guerra era Nora, o a veces Norita...
Mi nombre fue puesto de apuro, me tenía que contactar con una compañera para ir a hacer un laburo, y me dice una, Se tienen que cambiar los nombres, así ya las presento.
Me mira y me dice "vos tenés cara de Nora...", y así quedó.
Mi hija lo sabe, porque le fui diciendo cosas de a poco. Pero es raro, porque ¿qué le voy a decir? ¿Teníamos otros nombres porque cometíamos actos ilícitos? Eran otras épocas, no los considerábamos actos "ilícitos"... Si uno está dentro del infierno
si uno está dentro de la muerte
es como estar muerto
vivo
viendo como padece la muerte. El hambre era desesperante.
Traían la comida en un carrito,
entonces uno vivía agudizando
los otros sentidos,
y tratando de escuchar
cuándo arrancaba el carrito
que nos iba a traer la comida
y que a veces, en los peores momentos,
se la llevaban hirviendo
antes de que uno pudiera comer.
O era tan escasa que uno se quedaba
con tantas ganas como antes
de que llegara,
esperando hasta la siguiente comida.
Yo lo que hacía era contar,
contaba un dos tres,
y así, lentamente,
hasta llegar a sesenta,
para formar con segundos un minuto
y así, tratando de que pase el tiempo
que no pasaba más.El traslado significaba el fin de la tortura cotidiana, y como los seres humanos nunca perdemos la esperanza, podía significar ir a una cárcel, que era lo máximo a lo que se podía aspirar en esta situación.Podía significar ir a otro campo de concentración, podía significar ir a ... ellos hablaban de unos lugares de trabajo y de recuperación, y mucha gente se aferró a esta posibilidad. Y podía significar la muerte, que también era una manera de salvación en los campos de concentración. Era diferente la actitud de las personas que estaban destabicadas, yo por eso, a la distancia, supongo que ellos tenían mayores indicios de lo que posteriormente pudimos saber por testimonios de gente que pudo ver un poco más: que los traslados significaban que una vez por mes, indefectiblemente, juntaban un grupo de gente para llevarla a la muerte. A tal punto era una forma de libertad, que para los que quedábamos era terrible la situación posterior al traslado: el silencio sepulcral que rodeaba esa situación previo y posterior al traslado. Quedaba flotando la angustia de todos los que quedábamos ahí, cuya situación no se había definido. Y uno esperaba escuchar, en el listado de letras y números, su letra y su número. Porque era algo, algo que cortaba la monotonía y la tortura cotidianas. Las cadenas: me impresionó mucho cuando me pusieron los grillos porque era como en las películas, y existía. Uno eso lo veía en las películas, pero resulta que te podían poner grillos, y vos caminar con esos grillos... Y el hecho de que te tenías que acordar el número de los candados, y el hecho de que esos candados que te ponían, vos tenías que decirlos -a golpes te los enseñaban- y te los sacaban nada más para bañarte o para torturarte, o en momentos de libertad. En los momentos en que te sacaban los grillos eran cuando te llevaban al quirófano, por ejemplo, o cuando te llevaban a bañarte, en donde también de alguna manera te vapuleaban, te humillaban. Esos momentos eran a veces muy denigrantes, muy de pérdida de la intimidad.
Ese candado que a uno le ponían y le sacaban era compartido con los que estaban de otro lado, de alguna manera, que eran los destabicados. La prueba de que eran presos -aunque no tenían tabique- era el candado. Estar atados de alguna manera.Uno de ellos, un muchacho joven,
sacó de un mueble un álbum de fotografías
que yo había armado para cuando cumplimos
los 25 años de casados.
Era la historia de cuando nos conocimos,
de cuando nos pusimos de novios,
la foto del casamiento,
la del nacimiento de los chicos,
la trayectoria familiar:
los cumpleaños, la comunión, las graduaciones.
A cada foto le había puesto una frase medio en broma,
y al final había escrito:
y vivimos felices sin comer perdices. Ese personaje miraba el álbum: iba mirando con toda tranquilidad, hoja por hoja, mientras los demás se metían por todos lados y daban vuelta la casa.

Presos había de todo tipo
desde el obrero cañero tucumano, analfabeto
o el hachero santiagueño
hasta el obrero especializado, los profesionales.
Todos presos políticos. Se mezclaba todo.
Psiquiatras, abogados, médicos, arquitectos.
Se organizó una escuelita.
Los que estaban preparados para enseñar, enseñaban.
Los que querían aprender, aprendían.

Se juntaban cinco o seis en una celda y el que hacía de maestro enseñaba todos los días
con deberse y tareas como en la escuela
pero mejor todavía.
Algunos que entraron ahí no sabían ni leer ni escribir
ni donde estaban parados alcanzaron un nivel secundario.
En la época en que no teníamos libros
tratábamos de recordar:
el médico hablaba de medicina
el obrero rural hablaba de lo suyo
el industrial de la industria
se contaban libros enteros.
El que lo había leído, preparaba por ejemplo
Crimen y castigo o textos de Balzac o de Victor Hugo.
Y después lo contaba, lo que se acordaba.
Hay una película que se llama Derzu Uzala de Kurosawa. Un compañero la contó. Pensé en verla algún día. Una vez, después, conseguí el libro y lo leí. Después fui a ver la película. Pero lo que más me impactó es lo que él contó.

 





© 2009 Nora Strejilevich