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I.
La situación sociopolítica de Chile (1973-1991)
El resultado del golpe de estado del 11 de setiembre de 1973 no
fue único en la historia de Chile y de la región,
ya que tanto en la Argentina como en Uruguay se aplicaron métodos
represivos similares, que obedecían a la Doctrina de Seguridad
Nacional del Estado. La cacería humana que emprendieron
las Fuerzas Armadas quiso acabar no sólo con el gobierno
de la Unidad Popular que el Presidente Salvador Allende Gossens
encabezara a partir de 1970 sino sobre todo con un sistema en
el que la participación popular había por fin tenido
cabida tras décadas de gobiernos elitistas.
El gobierno popular trató de cumplir con un proyecto económico
orientado a mejorar la situación de las clases menos privilegiadas.
A través de juntas poblacionales, sindicatos de trabajadores
y establecimientos de educación pública se canalizó
el programa de acción social más ambicioso que conociera
el país. Esta reactivación del interés por
el bienestar de las masas encontraría una fuerte oposición
en la burguesía criolla, que había hipotecado partes
claves de la riqueza nacional a compañías extranjeras,
en especial transnacionales norteamericanas. La oficialidad y
los altos mandos del Ejército terminaron apoyando los proyectos
de desestabilización que iniciaron estas capas sociales,
y finalmente llevaron a cabo el golpe de estado. Este se propuso
acabar con el sistema económico y social del gobierno democrático
atacando las raíces culturales y humanas del fenómeno.
La nueva víctima fue la cultura, que pasó a ser
cercenada hasta el punto de producirse el llamado "apagón
cultural". Con el objeto de extirpar el "cáncer
marxista" se quemaron públicamente miles de libros
y se asesinó o secuestró a miles de ciudadanos que
habían simpatizado o participado en el gobierno derrocado,
situación que veremos repetirse en los otros países
de la región.
El golpe mismo, sin embargo, fue mucho más notorio en este
país, debido a la destrucción que se hizo de la
Moneda--símbolo de la vida civil--y por el asesinato del
Presidente, hechos que marcó el comienzo de la tragedia
ante los ojos del mundo. La represión en las primeras semanas
de gobierno militar fue feroz y abierta. La "caravana de
la muerte", por ejemplo, que partiera en misión hacia
el norte al mando del Coronel Arellano, acabó en el mes
de octubre con más de cien presos del sector campesino
que fueron seleccionados arbitrariamente y masacrados de manera
brutal. En las poblaciones--barrios pobres de Santiago--se secuestró
y asesinó a miles de personas, siguiendo las sugerencias
de un dirigente, Romo, quien trabajaba para los servicios de seguridad
e indicaba a quien detener.
Estos métodos, basados en la necesidad fanática
de acabar físicamente con un supuesto enemigo, se vistieron
en seguida de un ropaje legal. Una serie de bandos y decretos
leyes, leídos por la cadena de radio difusión nacional,
implantaron el Estado de Sitio (derogado en 1985 y restaurado
en 1986, tras el atentado contra el General Pinochet que describe
Operación Siglo XXI) y el toque de queda, con lo cual quedaba
justificada la aplicación de medidas creadas para los tiempos
de guerra. Rodrigo de Arteagabeitia, en "1973: el año
que empezó la guerra sucia," documenta que el bando
24, transmitido el mismo 11 de setiembre, declaraba que los militares
tenían autorización de "fusilar en el acto
a quienes fueran hechos prisioneros formando parte de la resistencia
armada" (8). Por supuesto que eran ellos los encargados de
determinar si los fusilados pertenecían o no a dicha resistencia.
Las Fiscalías Militares y los Consejos de Guerra que se
van organizando completan la cobertura legal que se le da a la
represión indiscriminada e impune. La ley de Fuga, por
último, se aplica para ultimar a personas con la excusa
de que habían querido huir.
Las Fuerzas Armadas se transformaron en una fuerza de ocupación
en su propio país: se apropiaron del aparato estatal, controlaron
la población y desarrollaron un aparato propagandístico
adecuado para mantener el consenso de capas importantes de la
población. El plan Zeta, supuesto complot organizado por
la izquierda para acabar con la oposición al régimen
anterior, fue uno de los mecanismos que usaron para generar la
convicción dentro de sus propias filas de que la gesta
militar estaba liberando a la patria de elementos peligrosos para
la seguridad nacional.
Se abren centros de detención en todo el país para
contener la masa de prisioneros que va cayendo aceleradamente--en
muchos casos los miembros activos del gobierno anterior eran citados
por las autoridades--, y ellos se presentaban porque "no
tenían nada que ocultar". Tales han sido las declaraciones
de muchos parientes de desaparecidos, que recuerdan la tranquilidad
con la que las futuras víctimas acudían a los llamados,
confiando en la posibilidad de diálogo con el gobierno
de facto. Esta confusión fue una trágica resultante
del mito de la civilidad y del profesionalismo de las Fuerzas
Armadas chilenas, semejante al que se había desarrollado
en Uruguay.
Para acelerar el proceso de desmembramiento de la oposición
se promueve la delación, fundada en la doctrina de la seguridad
nacional que divide al país en amigos y enemigos. Utilizando
la idea de guerra interna e implementando la generalización
del miedo, se facilita el secuestro de personas, ya que pocos
osan reaccionar cuando se produce un hecho de ese tipo. La aplicación
de la tortura es sistemática a partir del día del
golpe, tal como declaran los testigos y como se puede corroborar
en los materiales que a partir de 1978 reúne la Vicaría
de la Solidaridad.
Entre septiembre y diciembre de 1973 se llevan a cabo las mayores
masacres de la dictadura, que hasta el día de hoy se están
investigando. A pesar del silencio de la prensa, que está
controlada, a nivel local la gente se entera y se difunde el pánico.
Los centros de detención, que al principio eran urbanos
se trasladan a las afueras, a zonas inhóspitas que garantizan
el aislamiento absoluto de los reclusos. Ante la presión
de la Cruz Roja Internacional se crea el SENDET (Secretaría
Nacional de Detenidos) para establecer normas que regulen los
interrogatorios, pero paralelamente se organiza la DINA (Dirección
de Inteligencia) que se arroga el deber de establecer el tipo
de interrogatorio que será necesario acorde con la peligrosidad
del detenido, y que inaugurará la acción conjunta
de los Servicios de Inteligencia de las Fuerzas Armadas, Carabineros
(Policía) e Investigaciones con el fin de intercambiar
información y operar en forma coordinada. Se sientan así
las bases de una organización que irá cobrando autonomía
hasta convertirse en un poder represivo incontrolable. En 1974
se conocieron sus actividades a nivel internacional, cuando infiltró
a organizaciones de la resistencia en Argentina con el objeto
de detectar posibles ramificaciones del MIR (Movimiento de la
Izquierda Revolucionaria) chileno. Los asesinatos de Carlos Prats
en 1974 y de Orlando Letelier en 1976 (en Buenos Aires y Washington
respectivamente) se han transformado en pruebas fehacientes de
la misiones secretas de la DINA. El hecho que esta organización
se atreviera a penetrar en los Estados Unidos para cometer el
famoso atentado fue fatal: selló su fin, porque las presiones
de la Casa Blanca sobre Pinochet fueron tales que tuvo que cerrarla.
Sin embargo, de hecho sólo le dio otro nombre, CNI (Centro
Nacional de Inteligencia), y reemplazó a varias figuras
claves como su director, Manuel Contreras. Bajo esta nueva sigla
se siguen las detenciones individuales y la tortura, hasta que
las masivas vuelven a producirse en 1983, con el auge de las protestas
contra el gobierno. Recién en 1990 se disuelve definitivamente,
aunque sus miembros siguen en libertad porque la constitución
del nuevo gobierno constitucional, impuesta por el gobierno anterior,
limita la posibilidad de hacer justicia.
En el desarrollo de la represión se pueden entonces distinguir
dos etapas: si en la primera se establecen las bases de la nueva
dominación y se organiza una resistencia defensiva, en
la segunda, que se inicia en 1977, se restaura la oposición
a través de un movimiento de masas incipiente que se desarrolla
a toda velocidad hasta que la confrontación social culmina
con la caída del sistema autoritario (Narváez 245;
Jofré 53).
En
la primera etapa la infraestructura cultural queda reducida
a periódicos clandestinos, rayados relámpagos,
poemas y canciones de lucha, obras de teatro simbólicas,
etc. La creación cultural conquista un nuevo escenario:
los lugares de detención. Hay allí charlas educacionales,
grupos folklóricos, conjuntos de teatro, talleres de
artesanía, concursos de poesía, pequeñas
bibliotecas, diarios murales . . . . en la segunda etapa . .
. [hay] un aire cuestionante que se aprecia en las . . . exposiciones
de pintura, en los festivales de música. El rol de los
jóvenes intelectuales chilenos, de los universitarios,
es central para todas estas tareas. La manifestación
cultural en las poblaciones mismas empieza a ser puesta de relieve:
va desde las arpilleras hasta la artesanía en cobre,
hueso y greda y por supuesto incluye actividades teatrales,
musicales y literarias. (Jofré 53-54)
A lo largo de estas dos etapas se va produciendo el corpus testimonial,
fundamentalmente en el exterior. Al igual que en Uruguay y Argentina,
la producción cultural se ha dado sobre todo en el exilio,
a pesar que en el "interior" también se ha intentado
mantener una alternativa al sistema autoritario (con publicaciones
a partir del 78). La música ha sido un medio muy importante
de unificación cultural porque apela a la sensibilidad
mediante la sutileza. Durante la "Campaña del No"
que se organizó antes del plebiscito que marcara la caída
de Pinochet, se usaron canciones populares que incluían
esa palabra, aunque carecieran de contenido político. Ese
es apenas un ejemplo del uso que el pueblo hizo de sus códigos,
los cuales se mantuvieron vigentes en la simbolización
que usaran las madres de los detenidos para sus protestas. En
el exilio se produjeron películas de resonancia internacional
como Missing, de Costa Gavras, inspirada en el caso del desaparecido
Horman, a través del testimonio del padre y de su mujer;
se pusieron en escena obras que habían surgido como producciones
simbólicas de los presos en campos de concentración,
y se publicó una gran cantidad de testimonios. Entre los
más destacados, que no analizaremos en el presente estudio,
se encuentra la novela testimonial de Ana Vázquez, Abel
Rodríguez y sus hermanos, construída con materiales
de carácter testimonial a través de su labor como
sicóloga exiliada que atendía casos de ex-detenidos
torturados por la dictadura.
Durante la etapa en la que se organiza la resistencia popular
dentro de Chile, Narváez se refiere a lo que denomina "textos
de circulación violenta" (249), como Lonquén,
de Máximo Pacheco, y que incluyen obras que llegan del
exterior y se publican clandestinamente. Se redactan además
artículos periodísticos, sociológicos, ensayos
y poemas que conforman el discurso testimonial global de este
país.
Por último, habría que agregar una tercera etapa,
a partir de la democratización del país en 1990,
en la que se han dado a conocer relatos de carácter documental
sobre hechos claves para la historia del país, como el
intento de asesinato del general Pinochet, episodio reconstruído
en Operación Siglo XXI, que comentaremos a continuación.
II.
Del reportaje a la novela-testimonio
El objetivo de Operación Siglo XX ha sido el de transmitir
a su país y al mundo la verdad sobre la realidad chilena,
y está pensada como obra de reportaje. La periodista Patricia
Verdugo, autora de otros cinco libros del mismo tipo--cuyo éxito
editorial mayor lo representó Los zarpazos del Puma--,
y la abogada Carmen Hertz, defensora de los derechos humanos ignorados
por la dictadura, construyen el texto en base a entrevistas y
declaraciones de los protagonistas durante los juicios realizados
a raiz del caso. Se trata del frustrado asesinato del General
Pinochet, organizado por el Frente Patriótico Manuel Rodriguez,
y que se llevara a cabo el 28 de agosto de 1986. Este hecho, que
conmoviera a la opinión pública en su momento, aparece
relatado en tercera persona mediante una acción dramática
cronológica. Los diálogos se presentan casi siempre
como transcripciones de los recogidos durante la investigación,
y el montaje hace que la trama se desenvuelva con realismo y suspenso.
Se combina la voz omnisciente con referencias reiteradas a las
fuentes reales de donde proceden las palabras y los hechos, lo
que prueba la autenticidad de la historia:
-No se habría podido escoger a nadie mejor . . .- nos
aseguró un comandante del FPMR. (37)
- Cuando finalmente me reuní con uno de mis jefes políticos,
lo primero que me reprochó fue mi indisciplina . . .-
relató más tarde ante la justicia militar. (64)
Aunque
estas aclaraciones no se repitan a cada paso, el lector asume
la presencia de las periodistas en el registro de cada diálogo,
si bien muchos de ellos puedan ser producto de la ficción.
Se intercalan además, entre comillas, declaraciones tomadas
a testigos de los sucesos:
"Le
pregunté qué hacía su marido y me respondió
que era funcionario de la Embajada de Canadá en Chile,
. . . ", recordó luego el corredor Fuenzalida. (42)
La narrativa, heredera de las técnicas de Rodolfo Walsh
que analizaremos en el próximo capítulo, se inscribe
en la tradición de la novela documental, por estructurarse
en base a lo real. Los personajes son reales, la trama es real,
pero la organización del material es propia de la novela
de suspenso. La función de las autoras es la de crear un
espacio en el que las distintas voces del espectro social se hagan
oir: los vecinos, los que les alquilaron los vehículos,
los guerrilleros, los policías, toda la colectividad aparece
en un texto que intenta y logra reconstruir con total realismo
las circunstancias que se describen, transformando al lector en
espectador de los momentos que culminaron con el ataque a la comitiva
del General, y con la muerte de cuatro de sus miembros.
En este tipo de narración el fin esencial es documentar
una la época, es decir que su acento está en el
predicado o en la acción de testimoniar, si retomamos el
modelo sintáctico. Su función hegemónica
es conativa porque nos transmite una información que no
se había dado a conocer. Los cronotropos básicos
son los del viaje de los héroes desde el inicio hasta el
final de su aventura y los encuentros y desencuentros que se producen
entre los personajes. Es una historia marcada por la muerte y
por el sueño de quienes quisieron "cambiar el curso
de la historia de Chile", y que, tal como esperaban en caso
de fracasar, pagan su riesgo con la vida:
Lo último que ellos vieron fue que el comandante tomó
la mano de Tamara para luego correr juntos hacia el Tinguiririca.
Sus cuerpos aparecieron luego flotando en el sector de El Enganche.
(255)
Los
guerrilleros escapan a la muerte tras la emboscada, pero de a
poco caen en las manos de los enemigos, y son acribillados en
distintas circunstancias. La represión se generaliza y
la venganza de los grupos encargados de vengar a los caídos
pinochetistas se transforma en una caza de brujas que aterra nuevamente
al país. Al contar la historia en base a lo declarado por
quienes la vieron, escucharon, participaron y sobrevivieron, la
narración cautiva al público, quien recupera a través
del libro un momento dramático de la historia.
III.
Dos testimonios de un campo de detención
a).
Tejas Verdes, de Hernán Valdés
Se trata del testimonio de una víctima de la represión
en Chile durante el año 1974. El protagonista es un escritor
que había publicado un libro de poesía, Apariciones
y desapariciones (1964) y las novelas Cuerpo creciente (1966)
y Zoom (1971). Además, había sido editor de Cuadernos
de la Realidad Nacional, revista del Centro de Estudios de la
Realidad Nacional (CEREN), de la Universidad Católica de
Santiago. Fue secuestrado durante la dictadura de Pinochet como
tantos otros intelectuales que resultaban sospechosos a raiz de
sus ideas liberales. Es interesante corroborar que el tema de
la alienación con el que se abre el testimonio de Valdés
sea el mismo que el de su novela anterior, en la que los protagonistas
buscan aventuras, viajes o encuentros reveladores que puedan sacarlos
de su absurdo personal. El país es el que les impide una
integración, ya que se presenta más como paisaje
que como patria, un "simulacro de civilización,"
que hace fracasar todo intento de proyecto futuro (Zoom 119).
Y, también al igual que en Tejas Verdes, esta falta de
inserción social se va a percibir como "extrañeza
frente al propio cuerpo" (Dorfman 212).
Este protagonista de los sufrimientos en el campo de concentración,
entonces, es alguien que ya ha meditado profundamente sobre la
crisis que viven Chile y sus habitantes, y quizás por eso
siente, al ser liberado, la urgencia de:
dar
una voz a experiencias personales y al mismo tiempo colectivas
recién vividas que corrían el riesgo de petrificarse
bajo cifras más o menos globales de víctimas,
de asfixiarse bajo el peso de los adjetivos de la información
periodística. (7)
Su intención no parece literaria debido a su insistencia
en que no se trata de una novela. Sin embargo, la composición
del texto se basa en la ficción de un diario escrito durante
el cautiverio. Mediante este recurso desarrolla un relato que
supera el carácter repetitivo de otros testimonios, al
hacer un recuento justificadamente centrado en la descripción
minuciosa del acaecer cotidiano. Ariel Dorfman hace hincapié
en "esta presencia de una estrategia frente al material de
la propia vida [que] determina toda la estructura de Tejas Verdes,
desde la primera hasta la última palabra" (200). Su
objetivo es acercar al lector para que se sitúe "de
inmediato en la experiencia de la víctima"(10). "El
libro, pues, estaba dirigido a producir una reacción inmediata
en el lector, a sublevarlo, a concitar su solidaridad con respecto
a hechos concretos. . . " (8-9). Esta urgencia, a medida
que se distancian las circunstancias que lo inspiraron, se transforma
en "un pequeño obstáculo para la puesta en
marcha de [tal] olvido" (10).
La conclusión de Dorfman subraya el carácter híbrido
de la obra a partir de estas características:
. . . no es un documento sino un diario reconstituído,
escrito después de los hechos como si se hubiera registrado
en la misma simultaneidad, como si en ese momento hubiera tenido
la oportunidad de anotar lo que sentía. Hay aquí,
entonces, una situación eminentemente ficticia, un punto
de vista narrativo que se inventa en base a una experiencia
real y con el objetivo de transmitirla con mayor eficacia. Podemos
observar ya acá la distancia que separa a Valdés
de sus compañeros testigos. Ellos, como él, escriben
después de la prisión, conociendo ya el desenlace.
Pero mientras ellos ofrecen un panorama retrospectivo, en que
el escritor real y el narrador ficticio coinciden en la misma
perspectiva, Hernán Valdés se restringe, para
narrar, a la misma posición aberrante desde la cual fue
sufriendo día a día la muerte que amenazaba. Lo
que le ocurrió a Valdés exisatió, en efecto,
pero el modo en que lo cercena, resume y comunica, ese modo
mismo no pudo jamás haber existido. Hay acá un
cruce entre lo ficticio y lo real, entre la literatura y lo
testimonial, entre el tratamiento elaborado de gran inventiva
y el registro crudo y realista. (201)
El diario no sólo le permite registrar los hechos cotidianos
del campo de detención sino al mismo tiempo, cambios paulatinos
que se producen en su ser y su conciencia. Estos procesos se muestran
fundamentalmente como trastornos que va sufriendo el cuerpo, ya
que tras las múltiples privaciones, la conciencia es incapaz
de operar como tal. La violencia que ha interrumpido la vida cotidiana
se prolonga en una percepción del tiempo como transcurso
acelerado de sucesos poco inteligibles. Las variaciones en el
tiempo subjetivo se registran en el tiempo cronológico
del diario para darnos la imagen de un hombre que va sufriendo
una serie de metamorfosis corporales y existenciales. La distancia
que el narrador establece consigo mismo para autoanalizarse y
exhibirse es otro elemento que lo acerca al tratamiento que muchos
novelistas hacen de sus personajes, al presentarlos desde perspectivas
críticas. Esta distancia se contrapone con la identificación
que se produce entre narrador y lector por tratarse de un relato
en tiempo presente, que ubica a la audiencia en el instante que
vive el protagonista. Tanto la simultaneidad ficticia de acción
y lectura como el estudio riguroso del propio ser como objeto,
son estrategias narrativas que transforman al relato en un discurso
literario (Dorfman 201).
Esquema
de los momentos argumentales básicos:
Descripción de la vida cotidiana y de la disolución
de la misma que se experimenta en la etapa previa al secuestro;
análisis de la relación amorosa del protagonista
en términos de falta de comunicación y carencia
de sentido; paralelo entre esa disolución de las relaciones
humanas y la catástrofe que el golpe de Estado genera a
nivel socio-político; sensación de fracaso individual
y colectivo; corte abrupto de esta serie a partir de la irrupción
de un grupo de extraños al ámbito privado del hogar.
No
media ningún transcurso entre el acto de abrir [la puerta]
y la situación de encontrarme con la boca del cañón
de una metralleta contra la garganta.
--Esto es un allanamiento.
Todo es muy veloz, parece que no hubiera un segundo que perder.
(14)
La línea argumental se desarrolla hasta aquí sobre
un fondo espacial cerrado y familiar: la casa propia. La violenta
aparición de lo desconocido produce un cambio radical en
el tiempo. A partir de aquí todo transcurre a una velocidad
que el narrador describe como imposible de percibir y que lo deja
anonadado: "Todo sucede con una excesiva prisa, no alcanzo
a comprender. . . " (15). "Los movimientos a que me
obligan son demasiado rápidos, no hay tiempo de percibir
ningún detalle, de fijar la vista o la atención
en nada particularmente" (19).
Esta intrusión de fuerzas incontrolables es el punto de
partida del movimiento argumental que marcará el resto
de la obra, cuyo punto culminante y final será la liberación
del protagonista y su retorno al mundo del comienzo. Parece un
tiempo circular que se presenta en un primer semiciclo como viaje
desde la propia identidad hacia el vacío, o sea, desde
la vida privada de un ciudadano hacia la negación de su
individualidad.
El cambio inicial que el secuestro impone es la clausura de la
vista a través de un 'antifaz' o 'tabique', denominaciones
que aluden al aislamiento en el que el narrador deberá
asumir otra identidad. El sujeto pasa a ser víctima total
de acciones iniciadas por otros: "Me ponen algo sobre los
bordes de los párpados, supongo que tela adhesiva"
(19). "Me quitan los documentos, las llaves, todo lo que
había en los bolsillos" (20). El espacio se transforma
en un misterio a develar mediante los otros sentidos: "olor
a fuertes orines, a metales antigüamente compenetrados de
orines, ruido ensordecedor de un chorro de agua intermitente"
(20); "es muy difícil, auditivamente, formarse una
idea de este espacio" (24).
Paralelamente va produciéndose una metamorfosis en la captación
de la interioridad: "este estar-aquí siendo invadido
por el ruido infernal del grifo de agua, que desaloja casi toda
otra impresión de mi cerebro . . . percibo con angustia
el vacío que hay en mi cabeza" (22). Lo exterior va
ocupando el territorio de la interioridad hasta vencerla. Percibe
levemente que no es el único en este nuevo mundo, pero
todos participan del mismo miedo y no intentan comunicarse entre
sí.
La aparición de los otros como personajes se va a dar en
un nuevo espacio, el del campo de concentración. El grupo
es trasladado de este extraño recinto a otro no menos inquietante
donde al menos se pueden quitar las vendas de los ojos. Se produce
una apertura visual del grupo hacia el entorno: al llegar a destino
todos levantan sus antifaces y se miran. Es el comienzo del diálogo:
"atropelladamente, en voz muy baja, comenzamos a narrarnos
cada caso, las circunstancias de nuestras detenciones, buscando
la explicación común de nuestra suerte" (54).
La narración que realizan los personajes de sus historias
personales cumple la misma función de comunicación
y clarificación que su testimonio.
En la barraca se inicia el momento de la socialización,
donde aparece un resquicio de iniciativa personal en contraste
con el espacio del campo, horizonte de la vida militar que cercena
todo movimiento propio. Al mismo tiempo, en rincones e instantes
en los que no domina la mirada del represor, se producirá
una apertura espiritual hacia lo que está 'afuera' como
paisaje liberador. En esta etapa se suceden una serie de incidentes,
intercalados con anécdotas y opiniones del autor a medida
que se va habituando al tiempo y al espacio que le han impuesto
por razones desconocidas. Se desarrollan los perfiles de los compañeros
de viaje, se incorporan sus propios testimonios y se describen
las actividades realizadas a diario, que se reducen al cumplimiento
de conductas básicas que exige la sobrevivencia. Las funciones
vitales se vuelven el eje de interés de los prisioneros:
"Todas las preocupaciones se postergan ante esta perspectiva
de comer y nos amontonamos en la puerta en actitud vigilante"
(72). Desayuno, salida al baño y comida constituyen la
base de este sistema donde no hay margen para el placer. "Sólo
me importa que esto llegue velozmente a mi estómago, que
esto se deposite allí, como requisito indispensable de
la subsistencia de mi personalidad" (71); "Hay sólo
tres acontecimientos más o menos previsibles en cada día:
el desayuno, el almuerzo de porotos y la cena de porotos más
licuados" (125). El grupo va siendo manipulado a través
de este estilo precario de vida, y poco a poco se produce una
regresión: "la posibilidad de quejarse de algo aunque
sea indirectamente, nos fascina. Sin darnos cuenta vamos adoptando
un comportamiento infantil", involución que aumenta
a medida que "nuestra inteligencia empieza a aceptar esta
irracionalidad" (70).
El espacio cerrado del campo de concentración coincide
con este tiempo de espera, tiempo de inexplicable inactividad
a la que las víctimas se ven sometidas en un ambiente despojado
de toda cualidad excepto la de ser lugar y techo. El ritmo que
asume la vida es una repetición de incongruencias que el
grupo intenta desentrañar incansablemente. La espera se
ve interrumpida y amenazada por el interrogatorio, escena que
pende sobre el destino de todos como la culminación absurda
y temida del ciclo de la prisión.
Durante el trascurso de estos días el narrador se hace
más y más conciente de las alteraciones que se producen
en su aspecto físico. La sorpresa que le produce el propio
cuerpo desde el comienzo se va exasperando paulatinamente, hasta
que las amenazas de vejaciones se concretan--simulacro de fusilamiento,
interrogatorio--y el proceso de enajenación de la corporalidad
llega a su punto máximo, "como si el miedo me mantuviera
aislado de las sensaciones físicas" (44); "no
siento nada, he perdido toda conciencia de mi cuerpo. . . el peso
y las proporciones de mi cuerpo son inconmensurables" (51);
"sensación de torpeza, me siento como una vieja máquina
oxidada" (58). El retroceso a una sicología infantil
se combina con la imposibilidad ya radical de reconocer el propio
ser físico y en ese momento el relato llega a describir
las funciones corporales con un lenguaje que linda con lo grotesco,
refiriéndose al "carnaval de mierda" (100) en
el que se transforma una escena de defecación colectiva.
Los presos tratan de contrarrestar el proceso de degradación
al que se ven sometidos a través de actividades que empiezan
a organizar en conjunto. Algunos inventan formas de distraerse,
recurren al humor, otros discuten sobre la situación política
que desembocara en este delirio. Tratan de darle algún
sentido a una situación que persiste como un enigma indescifrable.
Ninguno sabe a ciencia cierta por qué está confinado
y tampoco se conoce el plazo de la condena, si es que hay un plazo.
En estas circunstancias "Nos sentimos como conejos de jaula:
nuestros amos pueden venir en el momento que quieran para escoger
al que quieran y hacer con él lo que se les ocurra"
(129); "cualquier condena de prisión definida sería
mil veces más soportable que este encierro extrarreal,
que esta marginación de todo conocimiento sobre nuestras
culpas, su formulación y sus castigos" (145); "hemos
estado esperando el momento de entrar en la realidad de este mecanismo
invisible del que formamos parte" (149).
Este estar sujetos a un destino inefable constituye el núcleo
de la experiencia y de la narración desde que se ingresa
al espacio de los desaparecidos hasta que se regresa al mundo
familiar. Se trata de un aparente "juego del destino"
con hechos que suceden "de repente" y "rápidamente"
y que no dan lugar a la predicción sino tan sólo
al hábito. El cronotropo es lo extraño, lo que no
se conoce, el ámbito en el que los paradigmas conocidos
no tienen cabida. El punto culminante de este tiempo es el instante
de la liberación, que se da dentro del mismo esquema: el
ex-preso apenas se da cuenta que ya está libre, y antes
de percatarse, se larga a correr, sin mirar para atrás.
La existencia del libro prueba que la experiencia ha dejado una
huella en el protagonista, que algo ha incorporado de esa pesadilla
o que busca elaborar lo que pasó a través de la
escritura. Se ha producido un cambio en la conciencia del sujeto
que ha recorrido el camino y lo más inmediato de ese cambio
es el mandato de difundir la realidad vivida, la urgencia de testimoniar.
El tiempo cíclico de la espera deviene tiempo abierto,
proyecto, apertura hacia la colectividad que descubriera durante
el encierro. En el espacio de la página puede darle por
fin un orden al dislocado desfile de arbitrariedades que recuerda.
Ese orden tiene la función de demostrar que la aparente
normalidad de la vida ciudadana se funda en la incongruencia de
un espacio subterráneo que permanece oculto y acechante.
Los sobrevivientes aprenden una lección inolvidable, que
les pesará para siempre: "Nos abruma la magnitud de
nuestra ignorancia en el pasado, la escandalosa inocencia de nuestra
excondición de ciudadanos" (144).
La serie temporal biográfica se une con la histórica
en este reconocimiento de la tarea de transmitir la propia versión
de lo vivido para evitar que la tragedia se repita. Se retoma
la propia iniciativa, coartada durante la reclusión, y
se hace de la palabra un instrumento de transmisión de
ciertas verdades que buscan impedir la caída de otros.
El acto de la escritura transforma un destino impuesto, representado
en el texto por el auspicio que le hiciera cierta bruja al protagonista
sobre su futuro, en algo elegido. El sobreviviente retoma su humanidad
al asumir una responsabilidad social.
Cronotropos
Son motivos comunes a nuestra tradición literaria y folclórica.
El viaje del héroe que regresa con un mensaje es un motivo
extensamente repetido en las novelas occidentales. Como indica
Bajtín:
Tales
motivos, como el encuentro y la despedida (la separación),
la pérdida y el hallazgo, las búsquedas y el encuentro,
el reconocimiento y el irreconocimiento, etcétera, entran
como elementos componentes no sólo en los argumentos de
las novelas de épocas y tipos diferentes, sino también
de obras literarias de otros géneros . . . Por su naturaleza,
estos motivos son cronotrópicos (cierto es que de distinto
modo en los distintos géneros). (284-85)
Los
cronotropos de la separación, el camino y el encuentro
que fundan la estructura de este testimonio cumplen funciones
composicionales en la literatura. El del encuentro, por ejemplo,
"sirve como punto inicial a veces como culminación
y hasta como desenlace (final) del argumento" (285).
En este caso el encuentro se da entre el hombre y su mundo, o
entre el hombre y sus semejantes a nivel ideológico y emocional,
no como parte del argumento sino como final abierto, como perspectiva
y como función social. Este motivo se vuelve crucial en
períodos de la historia en los que la gente "no se
puede encontrar", "desaparece". La comunidad reencuentra
al sobreviviente en la lectura del testimonio, de manera que el
consumo literario permite la materialización de un cronotropo.
La imagen de hombre que se transmite mediante este motivo es la
de un ser pasivo que a través del confinamiento se vuelve
activo, es decir, de un hombre que asimila el cambio, que no permanece
idéntico a sí mismo sino que a cada paso se recrea.
Vemos cómo los cronotropos son comunes a la literatura
testimonial y de ficción porque ambas utilizan metáforas
de viaje, encuentro, retorno y despedida, que son los arquetipos
más conocidos de nuestra cultura. Lo que diferencia a las
dos vertientes literarias es el proceso de narrar un material
que es real ya que el autor y narrador lo ha vivido en calidad
de actor y testigo. Y por tratarse de una narración de
experiencias vitales traumáticas, en general la estructura
del relato asume ciertas características comunes. Jorge
Narváez enumera "Algunos rasgos del modelo del testimonio"
que utilizaremos para el estudio de esta obra a modo de muestra
de otros testimonios que operan en base a los mismos principios
(239-40).
Introducción: Se establece el código de lectura.
En Tejas Verdes el autor se permite disentir con la lectura que
algunos han hecho de su libro, insistiendo en su función
concreta:
Muchos
lectores, . . . hacen una lectura distinta, cuyos alcances no
dejan de sorprenderme: leen una "novela". Incluso
compañeros que vivieron situaciones parecidas, que saben
del carácter documental de cada detalle, dicen: "cuando
en tu novela . . .", etc., implicando así que la
escritura, por su propia naturaleza, transformaría la
experiencia más directa fatalmente en una especie de
ficción. Como sea que se lo perciba literariamente, lo
que cuenta es que este libro siga conservando su actualidad
. . . Este libro . . . pretende seguir siendo un instrumento
de denuncia permanente de aquella obscena brutalidad--resumida
ya con el nombre de dictadura, ya de fascismo, según
los gustos del oprimido--que la derecha en peligro se siente
obligada a practicar de tiempo en tiempo, aquí o allá,
para detener la historia. El hecho de que el campo de concentración
Tejas Verdes ya no exista localmente en el balneareo del mismo
nombre no debe tranquilizarnos demasiado . . . . " (9).
Se explicitan las condiciones y el momento de producción
y publicación del libro:.
Hace
unos cinco años atrás, recién llegado a
Barcelona, . . .
se impuso en mí de inmediato la necesidad de escribir
este libro . . . . La situación no era justamente apropiada
en aquel tiempo para difundir un libro semejante. El manuscrito
se eternizaba . . . en consulta previa, y habrán de ser
necesarias esas insistentes y ceremoniosas gestiones del editor
para que al cabo de cuatro meses hubiera una respuesta . . .
(7-8).
Se muestra que el tipo de personaje de la aventura no es excepcional,
sino un hombre común que encarna un destino plural: "dar
una voz a experiencias personales y al mismo tiempo colectivas"
(7).
Se relatan los acontecimientos de manera episódica: "el
texto que va a leerse es un diario reconstituído. . . (10)".
Se narra en primera persona, desde el punto de vista del autor-narrador
(en general), de modo que el autor es una presencia permanente
a lo largo de la historia. A veces puede interrumpir la acción
para hacer observaciones o dar opiniones.
Tiempo lineal: se trata de una cronología con una marcada
dicotomía entre el antes y el después. Mientras
en su existencia anterior el tiempo transcurría, en el
campo de concentración "mi conciencia no admite otra
noción que la de este estar-aquí-esperando. Pura
vigilancia de presente" (90).
Personajes,
lenguaje e ideología
Los personajes de la obra de Valdés constituyen un muestrario
de la sociedad chilena: el militar abocado a implementar reglas
de saneamiento del país, el lumpenproletario que sobrevive
de modo marginal hasta ser incorporado al ciclo de la violencia
en calidad de víctima, los intelectuales preocupados por
desentrañar el sentido de su experiencia personal en el
contexto de las políticas gubernamentales, la gente común
que procura desentenderse de la realidad mediante la evasión
del entretenimiento, el campesino aferrado al recuerdo de la tierra,
el gurú o visionario que filosofa sobre el sentido último
de la violencia hasta que, tras repetidos abusos, cae en el resentimiento
como todos los otros. Cada uno de ellos está descrito en
función de sus acciones, su interrelación con los
demás y su lenguaje. Se intercalan diálogos o palabras
que recuperan el modo de hablar de cada uno de los estratos y
se intercalan comentarios que definen su pertenencia a determinado
grupo social:
Don
Ramón es presidente del sindicato de suplementeros, que
tiene un fuerte poder frente a algunos monopolios periodísticos.
En los años 30 los vendedores de periódicos pertenecían
al lumpen proletariado y convivían con el hampa y las
prostitutas. Don Ramón era un buen corredor y en esa
época, más aún que ahora, casi la única
posibilidad de surgir individualmente, para una clase condenada
a la miseria desde su nacimiento, era el deporte, y principalmente
el boxeo y el atletismo. (76)
Los
guardias, los soldados y todos aquéllos que tienen que
ver con la represión denotan, a través de expresiones
vulgares, su desprecio por el otro y su prepotencia, mientras
que el lenguaje de los civiles es más humano, de modo que
lo popular y localista no le impiden al lector simpatizar con
su estilo, acercarse a su perspectiva y a su clase. El caso de
un militar que termina preso nos muestra que su calidad de víctima
no altera el uso del tono agresivo propio de su grupo. La opinión
del autor con respecto a ellos es abierta y despreciativa:
El ex soldado nos dice que hay que reírse de la tortura.
Es un machote, que se quitaría la vida por un: "quítame
allá esas pajas. "El, por su parte, ha tenido que
aplicarla contra su propio hermano, cuando hacían el
servicio, por "alguna hueváa que había hecho."
(143)
Los
personajes están elaborados principalmente en función
del papel que juegan en la trama. De Eva conocemos su actividad
como miembro de una embajada cuyo nombre se sugiere con una inicial;
de los otros personajes se muestra ante todo el lugar que ocupan
en el esquema de la represión (el de víctima o victimario)
y en el contexto social. Se muestra lo individual como expresión
de lo colectivo sin ahondar en la interioridad de otro personaje
que el protagonista. Este bosquejo de los personajes no es reduccionista,
sino una esquematización coherente con exigencias del género.
La reproducción de los diálogos no es una imitación
mecánica de lo que el testigo escuchó, sino una
selección artística de giros que tipifican al personaje.
Si bien se acerca a una creación de estereotipos, consigue
bosquejar las características más notorias de cada
uno, por ejemplo, las del torturador y el torturado:
--Y
este libro en clave ¿Te estai haciendo el tonto? Ya,
llévatelo a cantar arriba.
--Este libro es de Eva --grito, jadeando--. Está escrito
en su idioma.
--Vai a descifrarlo al tiro, huevón, o te capamos.
Protesto que no entiendo el idioma, pero no hay caso. (45)
El
autor marca la distancia que lo separa de quienes lo interrogan
a través del lenguaje, al no entender lo que le dicen.
Este mismo fenómeno se repite en otros testimonios, como
Cerco de púas, en el que surgen confusiones cómicas
debido a la ignorancia del preso del vocabulario del represor.
Lo que sí capta Valdés, aunque se declare incapaz
de reflexionar críticamente, es que se trata de la implementación,
a través del lenguaje, de un procedimiento fabricado por
la máquina represiva. A pesar de su apariencia caótica,
tiene un sentido.
Todas las preguntas imbéciles podrían formar parte
de un modus operandi que desconcierta al interrogado y lo hace
descuidar la defensa de aquellos temas para los cuales se había
preparado. De hecho éste es un buen sistema de humillación,
incertidumbre, desconcierto. Se trata, en realidad, de mellar
todas las defensas. Estamos perdidos y dependemos sólo
de ellos. Sólo a través de ellos nuestros nombres,
nuestras personalidades, pueden reencarnarse, y sólo
aceptando nuestra culpabilidad tenemos la esperanza de salir
con vida. (205)
El
lenguaje del interrogatorio se funda en la dominación.
El poder se ejecuta en la tortura y en actitudes como el desprecio
por la mujer y por el hombre que no es macho, paralelas a una
visión denigrante del sexo.
--¿Y
es rica, huevón?
--Es normal, señor.
--¿Usa anticonceptivos?
--¿Cómo señor?. . . .
--¡Anticonceptivos, desgraciao!
---Un anillo, señor. De cobre, señor.
--¿Y no te molesta cuando te la tirai?
--No, señor.
--¡Qué le va a molestar, si este es maricón!
¿Tenís pico? (168)
Valdés
los juzga escuetamente, siempre manteniendo la distancia entre
su mentalidad y la de ellos: "Están pensando en alguna
cover-girl de piel bronceada" (166). Pero su propia visión
de la mujer es limitada en la obra, quizá porque su convivencia
está circunscripta al círculo masculino.
Sabemos
poco acerca de las torturas a que son sometidas lasmujeres.
Algunas han contado algo a través de los W.C. Por lo
menos aquí no son sistemáticamente violadas, como
en otras prisiones, sino más bien ultrajadas. A algunas
les han introducido ratas en la vagina. (213)
La introducción de cualquier elemento en la vagina--además
de otro tipo de abusos--constituye un caso evidente de violación.
El uso de la palabra ultraje, si bien técnicamente aceptable,
denota una minimización de los problemas que agraviaron
la situación de la mujer en los campos de concentración.
Aunque él no haya sido partícipe ni testigo de esos
casos, éste es un punto clave para mostrar cómo
la formación ideológica influye en la presentación
de los temas. El ejemplo de la mujer nos resulta esencial, no
sólo por la elaboración superficial de su imagen
a lo largo del libro, sino también porque se ubica en el
extremo opuesto a la de Emilio Rojas, que analizaremos más
adelante. Valdés menciona la participación que parecen
tener las presas en fiestas y borracheras con los guardias, y
se pregunta si colaborarán con ellos Las compara con otras
cuya conducta ha sido heroica pero que no aparecen sino como versiones
de terceros:
La de ayer fue una noche caótica, ni siquiera nos sacaron
al baño. Los soldados se gritaban, cantaban y tiraban
piedras contra las cabañas y disparaban continuamente,
no sabíamos contra qué . . . . Por último
entraron al lado, a la cabaña de las mujeres. Evidentemente,
estaban bebiendo con ellas . . . . No podíamos imaginarnos
la conducta de las mujeres ¿Participaban por temor, por
pura desesperación, cínicamente o por gusto? Algunas
cantaban, se oían risotadas, gritos histéricos,
caídas. Luego sucedían silencios incomprensibles.
A medianoche, algunos salieron afuera de la cabaña. En
el estrecho espacio entre nuestra cabaña y la vecina
la presencia de una pareja nos mantuvo a todos tensos.
--Aquí no, hace mucho frío. -- Era la voz de una
mujer.
Oímos que se alejaban. Estábamos todos furiosos.
Alguno recordó que en el Estadio Nacional preferían
ser fusiladas antes de dejarse manosear por los soldados. No
podíamos explicarnos esta especie de complicidad. (103)
La
preocupación del grupo de hombres, incluyendo al narrador,
se centra en la complicidad de las mujeres más que en el
abuso al que las someten. Sin embargo su propia conducta no es
diferente: en los interrogatorios a los que el autor se ve sometido
llega a mencionar a su mujer, Eva, poniéndola en peligro.
Por un lado muestra cómo el instinto de sobrevivencia supera
ciertos códigos morales, y por otro acusa a las mujeres
que deben aceptar el abuso para sobrevivir, criticándolas
por no elegir la opción del fusilamiento. Se desprecia
a la mujer que no es capaz de alcanzar una supuesta altura moral
que el hombre tampoco tiene, se le exige más de lo que
él mismo es capaz de dar: la propia vida.
En otra circunstancia aparece una enfermera con aires de pertenecer
a un estrato superior, el del cuerpo militar, al que no cabe cuestionar
o criticar. Aunque se trate de un personaje secundario, la descripción
física que hace de ella es única, porque no se refiere
a ninguno de los colaboradores de manera tan grotesca, a partir
de sus cualidades corporales. Ese tono refleja una mentalidad
que reina en el ambiente, no sólo de los represores sino
también de los reprimidos y podemos aventurarnos a leerlo
como ideología hegemónica del cuerpo social. Cuando
Valdés describe al hombre medio, Rubén, el que trata
de organizar la distracción dentro del encierro, dice:
Pretende
ser un hombre liberal y moderno, sobre todo en sus relaciones
con su mujer y sus hijas, pero se jacta de sus muchas "infidelidades"
y se sorprende mucho si uno le pregunta si no se las habrá
permitido también su mujer. (98)
Los
prejuicios inherentes a una sociedad patriarcal surgen en otros
diálogos entre soldados y presos:
Muy tarde, llegan los soldados . . .
--¿Hay algún maricón aquí? --pregunta
uno.
--Aquí todos somos casados, mi soldado --dice Don Ramón,
tomándolo a broma--. Yo tengo catorce nietos.
--¿Y ninguno te salió maricón, tata?
Don Ramón se ofende y dice que el pueblo no produce maricones,
que éstos se encuentran entre los ricos. El soldado nos
mira uno por uno, tratando de descubrir una evidencia feminoide.
Instintivamente nos ponemos serios, conformamos expresiones
duras. (96)
En la conformación de los personajes se manifiesta de modo
a veces sutil y otras explícita la ideología que
le da unidad al relato. El escritor no es la persona de carne
y hueso que ha vivido la experiencia sino el autor implícito,
es decir, el personaje en el que él mismo se convierte
al narrar la historia y que trasunta determinada visión
de mundo. El autor implício de este texto es un intelectual
que descubre su ceguera cuando lo fuerzan a convivir con realidades
y personajes con los que quizás nunca hubiera llegado a
cruzarse en su vida cotidiana. Su visión se muestra fiel
a la del estrato al que pertenece, con ciertos rasgos típicos:
desprecio hacia las formas de distracción popular, desconfianza
hacia nociones de tipo místico y enfoque parcial del papel
de la mujer.
Su resistencia a aceptar un destino irracional lo hace empesinarse
en una aguda percepción del medio que lo rodea. Como no
puede conciliar el sueño, está condenado a una vigilia
constante que lo agota y al mismo tiempo lo fortalece, sabe que
sabe más que otros porque está siempre atento, pero
a la vez percibe que vivir alerta lo lleva a un estado 'onírico'
en el que su razón empieza a fallar. Su imposibilidad de
defecar y de dormir se exacerban a medida que avanza el relato,
transformándose en una obsesión que lo martiriza.
Durante este proceso aumentan las descripciones de su estado físico
y podemos inferir que su propio intelecto lo ayuda a autodestruirse,
por ser incapaz de asimilarse, como otros, a las nuevas condiciones
de vida.
Pese a la píldora, que posiblemente no era sino un placebo,
otra noche sin dormir. Rechazo absoluto de mi organismo de toda
manifestación de confianza, de descuido. Mis sentidos
--el oído sobre todo-- se han declarado en vigilia permanente.
Los pasos, los cantos de los pájaros nocturnos, el viento,
los disparos, que a veces estallan a centímetros de la
cabaña, no me permiten un sólo momento de abandono
. . . Sin embargo, muchos de mis compañeros logran dormir.
Tampoco me lo explico. (75)
Si
bien levemente lo logra más adelante, se resiste a caer
en la rutina del campo, porque sabe que dejarse estar y aceptar
representa un peligro a niveles más profundos. Trata de
evitar acostumbrarse a esa existencia, que consiste en la repetición
interminable de unas pocas funciones básicas y el cumplimiento
de órdenes que inexorablemente desgastan la propia identidad.
Lo vemos una y otra vez en este conflicto sin consuelo hasta que
encuentra a otros intelectuales y a través de su interacción
con ellos recupera su cordura y su discurso ideológico.
En esa oportunidad inserta breves análisis sobre la situación
del país desde una perspectiva clasista, interpretando
las circunstancias pasadas que pudieron haber llevado a esta encrucijada.
Con
el abogado, el Gurú y el "Gordo", tratamos de
aislarnos en el compartimento de la derecha. Acerca de la gentileza
de la izquierda durante el período pasado y la violencia
de la derecha en el presente. Nos dsespera no entender aún
esta incoherencia. Mil veces recomenzamos, hablando de ese pasado,
los si esto . . . si lo otro . . . todo habría sido diferente.
(115)
Después de la sopa de porotos, que ha llegado a ser cotidiana,
estábamos hablando con César y el "Gordo"
de la responsabilidad de los democristianos en el golpe. El
PDC fue el partido que proporcionó la mayor parte de
los instrumentos ideológicos y de los argumenrtos conceptuales,
en estrecha alianza con la derecha, para uso de las fuerzas
armadas. Pero con la convicción de que las fuerzas armadas
serían sólo el instrumento del derrocamiento de
Allende para luego poner en su lugar presumiblemente a Frei.[nota
al pie de página: Presidente de Chile antes de Allende
. . . ] (116)
Aparecen notas al pie de página que explican ciertos nombres
o siglas, acercando su discurso al ensayo político. Estas
explicaciones desarrollan el referente histórico para un
público ajeno a la política local, de manera que
el libro pueda ser leído en el exilio, sitio en el que
se escribe y publica.
El ideologema se manifiesta directamente en estos diálogos,
e indirectamente en la descripción de personajes que pertenecen
a los partidos que critica. Al referirse a un miembro de la D.C,
habla del "gigante melancólico":
Resulta
que es justamente democristiano . . . Tiene una invitación
y un billete para viajar a San Francisco, el lunes próximo,
a un seminario de sindicalistas organizado por la AFLO-CIO,
organismo infiltrado por agencias norteamericanas. Confiaba
en que los militares permitirían un sindicalismo no marxista
. . No está de acuero con el golpe pero tampoco estaba
de acuerdo con el gobierno dela UP. Le digo que sus ideas y
sus buenas intenciones le han sido transmitidas por la clase
dominante para defenderla en última instancia, sin que
deba entrar en conflictos con su moralidad. Se queda pensando,
parece muy confuso por todo, no especialmente por lo que le
digo. (123-24)
En
estos fragmentos se verifica la idea que Hernán Vidal desarrolla
en Sentido y práctica de la crítica socio-histórica
acerca del texto poético como forma de representación
figurativa de la historia, o simbolización ideológicamente
condicionada (2; subrayado mío), perspectiva válida
para todo texto poético, pero especialmente para el testimonio.
La lectura es también un proceso de simbolización
condicionado por las estrategias decodificadoras de mensajes acumuladas
por la colectividad social en el tiempo (6). En cuanto críticos
nos corresponde cuestionarnos sobre nuestra manera de decodificar
estos mensajes. Según Vidal no se trata sólo de
detectar el contenido ideológico y ético de una
obra, como quiere Booth, o de determinar cuáles son las
correlaciones existentes entre la obra en su momento de aparición
y las expectativas de los lectores. Lo importante es asociar la
propia opinión con la perspectiva de un agente transindividual
de transformación social, es decir, buscar una identidad
y un acceso a la participación en los conflictos institucionales
a través de la crítica.
Enfocamos el libro de Valdés desde una posición
que no es neutral: partimos de una identificación con los
movimientos que bregan por la defensa de los derechos humanos,
por lo tanto no somos objetivos. Pero reconocer la parcialidad
de todo enfoque no nos impide mostrar los supuestos ideológicos
implícitos en cada interpretación y en cada obra.
Al contrario, una de nuestras tareas es detectar qué estrategias
utiliza el autor para convencernos de su lectura de la realidad.
En Tejas Verdes, por ejemplo, al aparecer ciertas opiniones en
boca de personajes respetables ante los ojos del narrador y ante
los nuestros en tanto nos identificamos con él, cobran
fuerza aunque ignoremos los detalles de la historia de Chile.
Las notas al pie de página refuerzan la sensación
de autenticidad, por estar redactadas en una tercera persona a
la que aceptamos como verdad científica. Acompañamos
al escritor en el recorrido de su autoconciencia y vamos aceptando
e incorporando sus opiniones como ciertas:
Porque lo que yo sabía de la maldad, antes, eran puras
caricaturas, pura literatura. La maldad había perdido
todas sus referencias morales. Ahora se me presentaba como pura
ideología. (179)
La
comparación con lo caricaturesco desmerece el posible valor
de verdad de la literatura, que no daría un conocimiento
verdadero. En cambio su experiencia le muestra lo que realmente
es, a saber, la maldad como pura ideología. Al considerar
el lenguaje como esencialmente referencial se le reconoce un uso
no referencial, que se identifica como ficticio. De modo que hay
'hechos' (que existen en el mundo real) y 'ficción' (que
acontece en el mundo imaginario). En la descripción de
los 'hechos' el lenguaje es referencial. En la ficción
el lenguaje 'no es referencial' porque los hechos ficticios no
tienen referentes en el mundo extratextual. La insuficiencia de
esta definición radica en que no considera el empleo de
recursos literarios implícito en toda narrativa, sea de
hechos reales o ficticios, y por lo tanto la imposibilidad de
establecer dos áreas totalmente separadas y excluyentes.
Al insistir en la ficción de la literatura, Valdés
logra enfatizar, por contraste, la veracidad de su relato, aunque
caiga en la paradoja de afirmar la irrealidad de su producto,
que es inevitablemente literario. Aunque el testimonialista se
niegue a aceptar que toda escritura tenga que transformarse en
literatura al trasponer el tiempo de su experiencia en sucesión
de palabras y escenas, está recurriendo a algunas estrategias
de la ficción: creación del diario, esquematización
de personajes de acuerdo a tipificaciones, intercalación
de diálogos en parte imaginarios (ya que nunca pudo haberlos
recordado con exactitud), composicón de la trama con suspenso
y climax y manipulación del tiempo y del espacio.
Su descubrimiento de la maldad como pura ideología carente
de toda referencia moral es una imagen poética que nos
muestra la lógica inhumana de ese sistema represivo, porque
no existe una ideología que sea pura. Y sus análisis
de los motivos de la situación que está viviendo
Chile utilizan también conceptos ideológicos y lenguaje
figurado, hecho que no los desmerece en absoluto. Simplemente
es imposible erradicar esos elementos del discurso, y como veremos,
son ellos los que lo enriquecen, al estructurar el material en
función de las pautas culturales y morales de un conjunto
social.
En
nuestra cultura se nos había llevado a asimilar el fascismo
como un fenómeno particular, singularmente localizado
en la Europa de los años 30.
Por eso, por esa ignorancia, por esta inocencia, la dificultad
de entender la violencia del golpe, la densidad del odio acumulado
por sus partidarios y ejecutores, la ferocidad de su venganza
contra quienes estuvieron a punto de quitarles el poder; la
dificultad de entender su necesidad de destruir históricamente
todo el desarrollo de la sociedad que puso en peligro su economía
y sus ideas:--por desgracia tan tarde--que vivían entre
nosotros. Que no eran ni más ni menos que nuestros conciudadanos,
nuestros vecinos, nuestros parientes y, en una que otra ocasión,
nuestros amigos . . . Quizá no son los mismos que han
flagelado y torturado, pero, los militares no habrían
hecho gran cosa sin ellos. Ellos fueron sus masas, ellos cubrieron
sus balcones de banderas para celebrarles, emularon cobardemente
su ferocidad, denunciando a sus vecinos izquierdistas, lavaron
los muros de la ciudad, donde el pueblo había llamado
tan profusamente a la revolución, regalaron sus anillos
de boda para recompensar a la Junta, entregaron a los bancos
los dólares que habían comprado en el mercado
negro y, en fin, salieron en tropel a las tiendas a cobrar su
mísera recompensa: a consumir lo que ya en adelante no
estaría permitido consumir a los trabajadores. (209-11)
. . . la burguesía opta muy fácilmente por el
fascismo, arrastrando a las inseguras capas medias con todo
su liberalismo y, dentro de éstas, a veces, a ese hombre
que conocemos como "independiente" y "objetivo",
siempre más dispuesto de lo que él mismo supone
a sacrificar o alienar su libertad ante la angustia de la libertad
verdadera, de la democratización. (211-12)
Así, entonces, en la misma medida en que estos momentos
de esfuerzo reflexivo nos restituyen nuestra humanidad, así
también nos someten a la angustia de esta condición,
a una penosa lucidez que nos da escalofríos: justamente
lo que nuestra primitiva inteligencia había tratado de
evitarnos. (212)
En
el último párrafo encontramos un supuesto heredado
de creencias de occidente: lo primitivo en tanto estadio previo
de inocencia superado por la conciencia histórica puede
entenderse en su doble sentido de primogenio o de anterior a lo
civilizado, y creemos que Valdés juega con las dos significaciones.
Además se valora la reflexión como atributo que
define nuestra humanidad y el conocimiento mediante del dolor.
Todos estos conceptos son ideológicos, y parte de esta
ideología radica en que se presentan como la verdad, en
lugar de considerarse una versión. De manera que la oposición
entre su discurso y el del fascismo no radica en la oposición
entre la verdad y la pura ideología, sino entre una ideología
y otra. La primera representa la perspectiva de los grupos mayoritarios
perseguidos y la segunda la de grupos minoritarios que sólo
pueden imponerse por la fuerza.
Los textos individuales son formas de reescritura de un 'sub-texto'
histórico o ideológico. Creemos que ese pre-texto
nos remite en Tejas Verdes a la ideología del intelectual
y a la búsqueda de sentido en un mundo absurdo. Encontramos
claves de esta angustia existencial en las observaciones del narrador,
quien desde antes de su secuestro nota signos de desintegración
en su vida, carente ya de proyectos y de posibilidades:
El
golpe ha deshecho toda clase de relaciones, y los residuos flotantes
de esta catástrofe nos hemos encontrado para construir
otras, insólitas, precarias. (12)
Trata
de descifrar la locura que aqueja a la sociedad a partir del gobierno
militar y encara su búsqueda como ser racional, atrapado
pero a la vez capaz de liberarse a través de su razón.
En este aspecto se muestra la condición existencial de
nuestra época, atrapada por fuerzas superiores que la llevan
al cuestionamiento, a la conciencia de su problemática
y a una imposibilidad de dar respuestas. En un sentido más
restringido, describe la vivencia de una comunidad a la que se
le han cortado los canales habituales de comunicación,
y donde las personas se ven reducidas a su papel de individuos
privados, al haberse cercenado su vida pública.
Estos tópicos aparecen como fondo de gran parte de la producción
literaria de las últimas dos décadas en el Cono
Sur. Un ejemplo es El jardín de al lado, de José
Donoso, que habla de la vida conflictiva de los exiliados años
después del golpe militar en Chile.
¿Cómo
impedir que se esfumaran y palidecieran mis seis días
de calabozo, que eran como el trazo que definía el contorno
de mi identidad? ¿Cómo impedir que se desvaneciera
algo tan mío, fuerte sobre todo porque por primera vez
me vi arrastrado por la historia para integrarme en forma dramática
al destino colectivo? (31)
En el transcurso de este siglo se han vivido dos guerras, un holocausto
y repetidas masacres de pueblos y grupos humanos. No es extraño
que los escritores hayan intentado reflejar los conflictos históricos
desde la perspectiva de los que sufren esas catástrofes.
El fenómeno se da en la Alemania de posguerra y llega a
los Estados Unidos donde Truman Capote, con su obra In cold blood,
inicia la corriente del Nuevo Periodismo. Varios años antes,
el argentino Rodolfo Walsh había creado con Operación
Masacre una tendencia semejante en Latinoamérica, lo que
indica que este tipo de narración se populariza en todo
el continente. La cultura de este siglo tiende a responder a los
traumas históricos a través de su literatura, y
esta reacción se renueva cada vez que una conflagración
altera el equilibrio social. Las comparaciones que establece Valdés
con etapas pasadas que el hombre del siglo XX considera retrógadas,
como la Edad Media, son metáforas que denotan el tipo de
conmoción histórica que describe:
En la mañana he visto un campesino que se fugó
. . . Pelado al rape y envuelto con una frazada bajo el cuerpo
desnudo, atado de manos, camina hacia el baño tras un
soldado que lo tironea de una larga cuerda que le enlaza el
cuello. Sobre el puente van y vienen los veraneantes y he aquí
esta visión del medioevo. (185)
La historia se interpreta como un movimiento que salta bruscamente
hacia atrás y retorna a etapas primitivas. Y el testigo
es el sujeto que se va creando al soportar el trágico retroceso.
Mientras cumple su destino sufre una serie de metamorfosis, de
modo que al salir de su reclusión es otro. Sus cambios
se parecen a los que experimentan los personajes de las novelas
realistas, quienes se van transformando en su interacción
con el mundo. Su periplo, además, encarna el de miles y
es en este cruce donde el personaje se vuelve símbolo de
una crisis general. La voz colectiva que emerge no es sólo
la de los oprimidos por la dictadura chilena, sino la de las víctimas
de cualquier sistema semejante que tantas veces se encaramara
en el poder a lo largo de la historia.
Procedimientos narrativos
Valdés
emplea una metodología subjetivo-perspectivista porque
la forma del diario le permite orientar su narración hacia
lo confesional e íntimo. Erich Auerbach lo define en su
obra Mímesis:
un
tal procedimiento subjetivo-perspectivista, [es] creador de
primeros y segundos planos, para que el presente resalte sobre
la profundidad de lo pasado . (19)
En Tejas Verdes existe siempre este contraste: la narración
comienza el 12 de febrero de 1974, antes del allanamiento a su
domicilio., con una pregunta: "¿Qué hago aquí,
en casa, a las 6,30 de la tarde?" y la respuesta es que no
tiene una explicación, que está dejando pasar las
hora . Luego nos enteramos que la espera es de un pasaporte que
lo llevará al extranjero, "a donde sea" (11).
La espera de lo desconocido que marca el desarrollo de la acción
dura hasta el final del relato. Dentro de ese tiempo, cuyo último
estadio es la espera de la incierta liberación, se inscribe
el tiempo del presente en contraste esporádico con el del
pasado.
La referencia al pasado se realiza a veces por analepsis y otras
por observaciones del narrador intercaladas en la acción,
como elementos que retardan pero a la vez profundizan el sentido
de la trama. El segundo día de reclusión, atado
a una silla y rodeado por un grupo de desconocidos, presos como
él en un lugar que no puede ver pero que procura espiar,
medita sobre el allanamiento y sobre la situación de su
pareja, de manera que al lector le parece que está pensando
en esos temas en ese preciso instante. Su recurso es evidentemente
literario, ya que no estaba escribiendo en ese instante ni, probablemente,
analizando su condición en esos precisos términos:
Mi
conducta durante el allanamiento me parece de pronto ridícula.
Sin considerar las armas, los tipos no tenían el menor
aspecto de policías, muchos de ellos estaban simplemente
en camisa ¿Por qué no les exigí sus credenciales
y una orden escrita, como ha sido advertido por la propia Junta
Militar. . . ¿Y si me hubiera puesto firme, pese a la
metralleta en la garganta? Seguramente todo eso habría
sido inútil, dada la impunidad con que han sido violados
recintos que se consideraban intocables. Aún así,
mi conducta me disgusta. Sólo la fragilidad de la condición
de ciudadadno en las circunstancias actuales y la debilidad
de mi situación emocional pueden explicar mi absoluto
anonadamiento. (28)
El viaje del prisionero, que podría ser una travesía
por lo indeterminado debido al desconocimiento de su medio y a
su ceguera temporaria, se transforma así en una investigación
minuciosa de su subjetividad en relación a la historia
del momento. Al centrarse en los cambios internos que el destino
le provoca, el narrador conecta introspección e historia,
ya que su destino no es único sino plural. Además,
al expandir el relato e insistir en un cuestionamiento incesante
que trasciende lo actual, evita que el lector se concentre exclusivamente
en las vejaciones que está sufriendo y lo incita a abrir
su mirada a un horizonte más amplio.
La tensión dramática se produce cuando el autor
suspende estas disgresiones y obliga al lector a centrarse en
la acción, como en la escena de la tortura, en la cual
el testigo no dispone de tiempo para elaborar nada. Su cerebro
está en blanco y por lo tanto, sus asociaciones intelectuales
son limitadas (170). Casi todo el capítulo del día
4 de marzo está dedicado a esta sesión, precedida
por un fragmento en el que otra vez recapitula su pasado en un
intento de definir la versión que dará de los hechos
durante el interrogatorio. Finalmente comienza la tortura y se
suceden diálogos que no son tales sino más bien,
el discurso aberrante del dominador frente a las respuestas desconectadas
y casi guturales del dominado.
Se reitera en estas páginas la conocida dialéctica
del amo y el esclavo en su primera fase: el amo impone todas las
reglas y el esclavo sólo puede aceptar su condición
y obedecer. La segunda etapa, tal como la presenta Hegel en la
Fenomenología del espíritu, sería la toma
de conciencia del esclavo a través del trabajo que realiza
para el otro y su victoria final en la lucha mutua por el reconocimiento.
El esclavo se ha humanizado a través del trabajo y se ha
vuelto independiente como los objetos que produce, mientras que
el amo se estanca en la dependencia del otro, su único
proveedor. Esta dialéctica aparece en el texto con algunas
variantes, ya que el 'esclavo' es un intelectual que se libera
a través de su intelecto y su escritura. Pero la imagen
nos sirve para entender que Valdés no muestra una situación
sin salida sino más bien una lucha de dos polos. En el
proceso de su confrontación se desarrolla la autoconciencia
del más débil y su posibilidad de sobrevivir como
ser humano. Ese aprendizaje se revela en las constantes referencias
críticas a su mundo anterior, ya que la mirada que revisa
el ayer es más lúcida y comprometida.
Este pasado que es eje referencial de la composición nos
remite al concepto de trasfondo de Auerbach, quien nos habla de
las capas y los planos diversos que implica ese término
(24). Sólo seres complejos y arrojados a destinos que desconocen
pueden ser presentados con esta técnica. La superposición
de planos y perspectivas (el sujeto ignorante anterior versus
el conciente de hoy, la mirada presente que denuncia su faceta
prehistórica superada) presupone la existencia del hombre
alienado que, alejado de sí mismo, está habituado
al ejercicio del auto-examen. Ese distanciamiento, exacerbado
por las circunstancias que le tocan vivir, le permite además
considerar su propio cuerpo como algo impersonal y exterior al
cual puede medir y estudiar en sus variaciones y reacciones fisiológicas.
El dolor en la espalda se revela en ciertos instantes, es como
si ahora, recién, comenzara a recibir las patadas, una
por una, en forma metódica, con una cronología
precisa. Siento pena de mi cuerpo. Este cuerpo va a ser torturado,
es idiota. Y sin embargo es así, no existe ningún
recurso racional para evitarlo. Entiendo la necesidad de este
capuchón: no seré una persona, no tendré
expresiones. Seré sólo un cuerpo, un bulto, se
entenderán sólo con él. (161)
Al
realzar la conciencia que se separa de un cuerpo que ya no le
pertenece plantea una metáfora del drama que está
sufriendo hasta el extremo de la enajenación. Según
Auerbach, este es también un provedimiento propio de la
representación literaria de la realidad en la cultura europea,
que opera a través de:
. . . realce de unas partes y oscurecimiento de otras, falta
de conexión, efecto sugestivo de lo tácito, trasfondo,
pluralidad de sentidos y necesidad de interpretación,
pretensión de universalidad histórica, desarrollo
de la representación del devenir histórico y ahondamiento
en lo problemático. (34-35)
En cuanto a la falta de conexión, ésta es una obra
de escenas separadas y dispersas en la memoria del actor-narrador
y vueltas a unir por su voz en un esfuerzo por organizarlas de
acuerdo a un sentido. De manera que hay una fragmentación
del discurso, no sólo típica del testimonio sino
también de la escritura posmoderna de nuestra época.
El efecto de lo no dicho aparece a cada instante, no porque Valdés
quiera ocultarnos algo, sino porque su calidad de testigo encapuchado
lo obliga a limitar las descripciones. Observamos todo desde su
perspectiva y nos vemos forzados, como él, a dejar el resto
del escenario abierto a la imaginación. La visión
idílica de la naturaleza que el testigo espía a
través de una rendija y que trata de gozar en sus contados
momentos de escapismo constituyen ejemplos de lenguaje poético
que es, por definición, un lenguaje de sugerencias y sugestiones.
Veracidad,
autenticidad y poder
El hecho que ciertas formas de representación literaria
de la cultura europea se manifiesten en un testimonio latinoamericano
puede explicarse con la noción de saber único que,
según define Michel Foucault en Genealogía del Saber,
existe para determinada época como su apriori. Desde fines
del siglo XVIII no sólo la historia pasa a definir el modo
de ser de las cosas cognoscibles, transformándose en eje
del pensamiento, sino que al mismo tiempo esas cosas se distancian
de la representación que produce una subjetividad, una
conciencia. Tal como explica Maite Larrauri en Conocer Foucault
y su obra, "la representación ya no puede definir
el modo de ser común de las cosas y del conocimiento: el
ser mismo de lo que está representado caerá fuera
de la propia representación" (47).
La conciencia que se representa a sí misma es el hombre,
que surge como personaje en el escenario de la historia y cuyo
ideal inicial, el de la Ilustración, es el ser autónomo
y capaz de construir una sociedad racional. A pesar del fracaso
de este ideal a lo largo de dos siglos, el mismo ha quedado inscripto
como verdad universal, que Foucault intenta deconstruir y presentar
como una forma del discurso que reprime otros discursos como anormales.
Esta represión expresa la premisa básica establecida
por el filósofo: el saber es poder. El conocimiento se
forma en el mismo sitio de formación del poder e inversamente,
toda verdad establecida asegura el ejercicio del poder. Tal como
afirma en "Truth and Power". la verdad sería
un conjunto de reglas gracias a las cuales se separan lo verdadero
de lo falso y se le agregan efectos específicos de poder
a lo verdadero (74). Cada sociedad tiene su propio sistema de
verdad que funciona de esta misma manera. Si la verdad juega un
papel político y económico, lo que hay que investigar
es, según él, "cómo se producen efectos
de verdad dentro de discursos que no son ni verdaderos ni falsos
en si mismos" (60; mi traducción).
Estos conceptos son importantes para nuestra investigación,
porque la literarura testimonial tiene por principio la autenticidad
de sus enunciados. La elección de este término como
sustituto del de veracidad, utilizada por algunos críticos,
tiene que ver con las implicaciones de la última. El testimonialista
no trata de imponernos su verdad al declarar que es testigo y
que reproduce su propia experiencia. Aunque a veces se confundan
lo auténtico con lo verdadero y el escritor esté
convencido de su visión, que disiente de la que le imponen,
el sentido del testimonio es el de confrontar la autenticidad
de la versión de la víctima versus la 'verdad' difundida
por los represores. Podríamos entonces coincidir con Foucault:
los militares le agregan ciertos "efectos de poder"
a su discurso y a través del sometimiento del otro lo transforman
en verdadero. Para ellos el preso encarna lo falso y su poder
tiene la finalidad de acabar con ello, es decir, con él.
Esta polaridad se relaciona con lo que dice Larrauri:
Antes de Platón el discurso verdadero era aquél
al que había que someterse, el que reinaba. Con Platón,
la verdad deja de residir en lo que es el discurso o en lo que
hace para situarse en lo que dice. (18)
Pareciera
que el sistema impuesto por el terror militar fuera un renacimiento
de la concepción vigente antes de Platón, mientras
que el cuerpo social, y en el caso de Tejas Verdes el intelectual,
cree en una verdad de tipo platónico. Esto tiene que ver
con otra idea de Foucault: si bien globalmente podemos hablar
de la forma que asume la verdad, no podemos ignorar que en cada
momento coexisten diversos discursos y que corresponde diferenciarlos
y verificar sus relaciones. Sólo así se explican
las reglas negativas que han pesado sobre algunos de ellos--formas
de exclusión, apropiación y deformación--en
síntesis, el hecho de la dominación de unos por
otros.
El pensamiento de Foucault nos lleva además a enfocar críticamente
la noción de ideología. Si bien es una palabra comunmente
utilizada como sinónimo de visión de mundo, a nivel
del discurso filosófico se la ha definido de diversas maneras.
Una de ellas, la que ha generado más debates durante este
siglo, es la marxista, que Valdés emplea en su testimonio.
Dicha noción equipara ideología a falsa conciencia,
lo cual le imprime al término un acento negativo. Marx
ve la ideología como la expresión de los intereses
de la clase dominante. Según su filosofía las ideas
son un reflejo mediatizado del proceso de producción material
de la existencia propio de cada época. Si la moral, la
religión y las ideas políticas de cada momento histórico
surgen a partir de este proceso cambiante, no pueden tener carácter
universal. La burguesía se perpetúa en el poder
a partir de mediados del siglo XIX transformando su ideología
en ideología hegemónica de la sociedad. Esto significa
que sus reglas, valores, normas e ideas, que operan en función
de sus intereses de clase, se imponen como la visión de
mundo de otras clases, generando la falsa conciencia que sólo
será superada con la revolución del proletariado,
única clase capaz de acabar con la división en clases
y liberar a la sociedad. En ese proceso de lucha la falsa conciencia
que los llevaba a legitimar la dominación se transforma
en conciencia revolucionaria o conciencia para sí.
Estas ideas fueron las que marcaron a varias generaciones de intelectuales,
de estudiantes y de trabajadores antes y durante el gobierno de
la Unidad Popular en Chile y antes y durante los golpes militares
de las últimas dos décadas en Argentina y Uruguay.
La tarea de los intelectuales consistía en denunciar y
desenmascarar las distorsiones que la ideología hegemónica
ejercía a través de sus instituciones y de los medios
de comunicación. De ahí que, cuando el proceso de
debilitamiento de la burguesía la llevó a buscar
métodos más violentos para mantenerse en el poder,
como explica Valdés, los intelectuales fueran de los más
perseguidos por el régimen.
Foucault critica esta teoría porque se contradice con su
concepción de la verdad como poder. Si la verdad, para
un marxista, se alcanza tras la superación de la falsa
conciencia, esa verdad sería, para el filósofo francés,
equivalente a un nuevo ejercicio del poder. Nos parece una conclusión
que echa luz sobre el texto que analizamos, porque el discurso
del intelectual también está impregnado de observaciones
provenientes de su creencia en una verdad de la que no participan
ciertas mujeres, los campesinos no politizados, la gente común.
El intelectual se erige en la subjetividad que critica desde su
posición de observador de la falsa conciencia de los otros
y su falsa conciencia anterior. Podría decirse que su discurso
también presupone una segregación o exclusión
de los elementos que él considera falsos y que por lo tanto,
su propia denuncia incluye elementos de poder. No pretendemos
resolver aquí estas paradojas porque implican una revisión
de nuestros conceptos del conocimiento y de la relación
sujeto-objeto que excede los marcos de este estudio.
Por otra parte, no nos limitaremos a mostrar la mera presencia
de la ideología del autor en la obra, el contenido de ideas
presentes en ella, sino la función ideológica del
discurso en su conjunto. Se trata de denunciar el fascismo, pero
la denuncia es compleja porque no se realiza desde la perspectiva
heroica de quien ha sobrellevado una experiencia y se ha superado
a través de ella, sino desde una conciencia del fracaso
colectivo e individual. La función del texto es mostrar
el éxito del sistema represivo sobre las víctimas,
de modo que la misma ideología del narrador (el proyecto
social en el cual se inscribe) queda subsumida en esta derrota
por la ideología enemiga. Recordemos que "la función
de la ideología es subordinar el sujeto individual a un
determimado proyecto social" y que "en una ideología
no se expresan las relaciones entre los seres humanos y sus relaciones
de existencia, sino la manera en que ellos viven estas relaciones
en la sociedad" (Beverley 78). Esta manera es la del fracaso,
que se transforma su contraparte en el acto de escritura. En el
Bildungsroman, como explica Julia Kushigian en "Transgresión
de la autobiografía", las disonancias existenciales
son puntos de crecimiento por los que pasa el individuo en su
camino hacia la madurez (672-73). Pero en el campo de concentración,
según el relato de Valdés, ese camino se recorre
hacia el fracaso total, en el que se llega a delatar y a retroceder
hacia la dependencia y la carencia de identidad, y en el que se
puede terminar con la misma muerte. Los conflictos del protagonista
dentro de este marco lo llevarán a una madurez que se traduce
en la autocrítica de su ideología anterior, o de
su falta de ideología en términos de proyecto, pero
esta conciencia no encuentra cómo trascender el estrecho
límite de las conversaciones con otros presos. La escritura
tras la liberación, es el intento de revertir el fracaso
y de transformar la propia biografía en un camino positivo.
Síntesis
Tejas Verdes puede considerarse una narrativa documental que responde
a la urgencia de la realidad con un poder simbólico literario
que marca la continuidad entre lo testimonial y lo literario.
Como señala David William Foster en su artículo
"Latin American Documentary Narrarive", su originalidad
radica en el formato de diario con el que presenta su experiencia:
What is singular about Valdés' narrative is the conjunction
of his unquestionably true statements regarding his personal
experiences and the use of a hypothetical diary to portray those
experiences. The diary format, particulary when an author uses
it to transmit alleged fact, presupposes that the author can
transcribe on a day-to-day basis, in moments of recollection
and reflection. Such a document should possess the spontaneity
of the moment and the accuracy provided by immediate recounting.
In contrast to chronological memoirs, which use the past tense
to describe events, the diary uses the present tense to convey
the continuity between an event and its prompt commitment to
paper. (48)
Creemos,
como Foster, que la estrategia de Valdés es un desafío
al silencio y a la pérdida de la identidad impuestas por
el sistema: un "Ex post facto defiance" porque es a
posteriori, en el exilio europeo y en el tiempo de la narración,
que supera las restricciones del campo de concentración
(48).
The artful strategy of interplaying silence and ex-pressiveness--a
strategy that is literary enough for a novelist of Valdés'
qualifications--lends Tejas Verdes a power as documentary narrative
quite beyond the work's validity as sociohistorical information
. . . because it expressively defies the primacy of collective
silence. (49)
El
mundo dentro del campo como una sinécdoque del cuerpo social,
por lo que la intimidad que trasunta el diario se universaliza
en una crítica de los mecanismos del Terrorismo de Estado.
La descripción centrada en la degradación física
y moral a la que se le somete, sugiere una violencia que es más
un producto de la mecanización y burocratización
de la muerte que de una decadencia moral. La "banalidad del
mal" y la sofisticación tecnológica que Hannah
Arendt le atribuyera a la represión del llamado holocausto
aparece en esta obra como la ideología de las clases dominantes
para recuperar y mantener su poder. La ideología del escritor,
al igual que la de otros personajes, se va radicalizando durante
los treinta y un días de reclusión, de manera que
el conflicto entre el aparato inhumano y sus víctimas se
transforma en urgencia por testimoniar y despertar la conciencia
de un público desinformado. Para que la lectura cumpla
con la función que le quiere dar el autor, el lector debe
desconfiar de la ficción que impone la historia oficial
y aceptar la que el autor da como versión auténtica.
c).
Mis primeros tres minutos, de Emilio Rojas G.
1.
El tiempo como núcleo significativo
Este testimonio podría leerse como un intento de solución
al problema planteado por Valdés con respecto a la posibilidad
de expresar la vivencia de la temporalidad dentro del campo de
concentración. No sabemos si Rojas leyó el testimonio
de Valdés antes de redactar el suyo, aunque es probable,
ya que emprende la tarea después de quince años
de su secuestro. No nos interesa tampoco investigar si la lectura
de Tejas Verdes le inspiró alguna idea; nos basta con verificar
que la preocupación por ese núcleo de su experiencia
es común a ambos. Valdés trata de resolverlo apelando
a la forma del diario e intercalando constantes menciones a la
espera de lo desconocido, pero da a entender que esa dimensión
existencial es intraducible:
Desde
luego, muchos detalles se me escapan y, fundamentalmente, la
posibilidad de transmitir la experiencia del paso del tiempo,
de la espera del paso del tiempo en esa situación de
encierro sin plazos establecidos y sin fines conocidos. (6-7)
El
intento de Emilio Rojas es justamente hacernos captar esa específica
sensación del tiempo amorfo que les impone la vida de reclusos,
un tiempo de incertidumbre sujeto a las decisiones de otros, que
parece transcurrir a un ritmo diferente del de la hora. Para lograrlo,
insiste en una obsesiva repetición de las indicaciones
cronológicas de cada escena, en cada diálogo, en
cada título y comienzo de capítulo. Esta estrategia
narrativa crea un contrapunto con el nombre del libro, que alude
al lenguaje equívoco que utiliza el represor, para quien
un interrogatorio equivale a un trámite de cinco minutos.
He aquí algunas de las referencias de este tipo que hemos
seleccionado de las 180 páginas de texto:
A
las once y media de la mañama el Canal 7 estaba en plena
ebullición . . . (23). Pasados unos minutos llegó
. . . . Pasados unos minutos, salió . . . (24). --Señor,
por favor ¿A qué hora me van a interrogar?-pregunté
yo, aprovechando la presencia de ellos aquí. --Espere
un poco, aún no ha llegado el Capitán. --Es que
necesito que me interrogue lo antes posible, porque tengo muchas
cosas que hacer, señor (31). Se sintieron campanadas.
Traté de contarlas. Quería calcular la hora (32).
Volvieron a sonar las campanas del reloj. Calculé que
podrían ser las nueve o diez de la noche (36). ¿Qué
clase de reloj usaría el ejército? A lo mejor,
a las horas o a los días los llamaban minutos (40). ¿Cuánto
tiempo más tendría que pasar para que permitieran
hacer lo mismo . . . .
--¿Cuánto tiempo llevas?--Horas, dije. Yo, ocho
días, respondió (42-43). Sonaron las campanas.
Ahora pude contarlas. Sólo fueron 4. Las cuatro de la
mañana (43). No sé si fueron segundos o algunas
horas . . . . El locutor dio la hora: 8 de la mañana
2 minutos . . . . Luego dio la fecha: "24 de enero de 1974,
en el Año de la Restauración Nacional (44). --Llevo
muchas horas ya (45). --¿Trajo plata?--Sí, pero
me la quitaron a la entrada, junto a mi maletín y mi
reloj (47). Esto significa que los cinco minutos para esa declaración
que me dijo el Comando, mínimo van a ser cinco años
(48).
-- . . . Mejor, Rojitas, si no, se habría mamado aquí
por lo menos dos semanas. . . . A mitad de la tarde nos vinieron
a buscar (49). Después de un rato el camión volvió
a tomar velocidad, 15 minutos aproximadamente, demoramos en
ingresar al campo . . . (54). Mi angustia fue total. Pensé
en mi mujer, repasé velozmente todo lo vivido en las
últimas 24, 48 y 72 horas (66). A medida que pasaban
los días fui tomando conciencia de lo que podría
pasar (82). "Seis días antes de que me interrogaran
. . . . Tal vez dormí horas . . . (83) --Bien, trato
de que cada minuto sea mejor (89). ¿Cuándo seríamos
interrogados? Entre recuerdo y recuerdo, matamos muchos días
y zancudos (97). Con el correr de los días, todos me
dieron por muerto (106). A 120 días de ocurrido el golpe,
era imposible avisar de forma oficial, e incluso hacer público
el hecho de mi desaparecimiento a los medios de comunicación
(107). Desde el momento que recibió la noticia, no cejó
en mi búsqueda, día y noche
. . . . (108). Un año atrás, en Televisión
Nacional solía verlo todas las tardes . . . . (114).
Un día antes de ser llamado, supe que había llegado
mi hora . . . --Posiblemente mañana terminen tus problemas,
Rojas--dijo a la hora de formación--y si nada ha hecho,
en la tarde podrá regresar a su casa . . . . En un primer
instante, el miedo me invadió, lo que ocurre en estos
casos, uno sabe que estando allí en cualquier momento
enfrentará el interrogatorio, pero de igual forma, en
la medida que los días van pasando tiene la loca esperanza
que se olviden, siempre se espera el milagro (118). Creo que
aquella tarde de espera fué la más calurosa de
ese verano . . . . No sé por qué casualidad, a
eso de las seis nos dieron 10 minutos para salir de las barracas
. . . . Tomé mucha agua . . . . sin poder apartar de
mi mente el saber que iría al día siguiente al
interrogatorio . . . . ¿Qué estaría haciendo
Mario a esta hora? (119). En esos instantes en la desesperación
. . . . Al recordar esos instantes (120). A estas horas en las
distintas latitudes qué estarían haciendo? (123).
Imposible tratar de dormir pensando en el día siguiente
. . . . Serían las 10 de la mañana (126). A los
pocos minutos el camión se puso en marcha . . . . Había
pasado un mes y días y volvía a viajar, ahora
rumbo al final (127). Todos permanecimos en silencio. Habremos
estado así unos 10 minutos más o menos (128).
Luego de unos minutos . . . . En los primeros minutos . . .
. (130). Hice antesala unas dos horas aproximadamente (131).
--No señor, sé que vine a un interrogatorio por
"cinco minutos," como me dijeron en Santiago (132).
Cinco años atrás . . . . (138).
La
insistencia en este tema es tal que incluso los dibujos que encabezan
las diversas secciones se refieren a la hora: son relojes que
marcan los minutos y segundos a los que reduce irónicamente
su estadía de meses. La estructura misma de la obra está
marcada por la presencia del tiempo cronológico: la introducción
se abre con una referencia a los 15 años que han transcurrido
desde su experiencia, y casi todos los capítulos se intitulan
de acuerdo a la progresión de ciertos días y meses
del año 1974 o con respecto al 'minuto dos' y sus segundos
consecutivos. Cada uno de ellos comienza con una referencia al
tiempo cronológico. En los que describen la estadía
en el campo de concentración, contrasta la brevedad de
los minutos y segundos sugerida por los encabezamientos con la
extensión a la que remiten las frases de cada párrafo
inicial. El primero, "Tarde de un sábado de febrero
de 1974" es el único de los dedicados al centro de
detención cuyo indicador temporal no hace referencia a
los tres minutos, pero eso se debe a que la fecha no tiene que
ver con su propio destino, siempre ligado a ese núcleo
simbólico, sino a la muerte de un amigo. Miguel, primer
muerto de la historia a raiz de las torturas que sufre, está
obsesionado por averiguar la hora, y su interrogante queda visualmente
suspendido en la página gracias a un espacio que lo separa
del resto del texto.
--¿Qué hora es?
. . . .
--¿Qué hora es?-- volvió a preguntar mi
amigo, alzando la voz.
--Las tres y media-- contesté de malas ganas . . . .
--Hoy es sábado-- insistió mi amigo.
--Sí hombre-- respondí de mal tono.
--¿Estás seguro que hoy es sábado?--insistió
con voz más fuerte.
--Sí-- le respondí en el mismo tono.
--Entonces si hoy es sábado, y ya son casi las cuatro,
quiere decir que debería estar casándome a esta
hora. Esto último lo gritó casi llorando. (15-16)
El
tópico no es sólo la muerte de su amigo, sino la
oposición entre la realidad cotidiana y la del campo de
concentración. En esa misma escena el protagonista está
observando un letrero "ZONA MILITAR" "MARCHA LENTA",
que se contrapone, como en el libro de Valdés, a la imagen
de los veraneantes que avanzan por la carretera hacia la playa,
desconociendo el significado de ese cartel, de los centinelas
que vigilan desde las torres y de su condición de prisioneros.
La comparación de los dos espacios va paralela a la de
los dos tiempos, por ejemplo, el casamiento que le esperaba a
su amigo en cierta fecha del mundo que lo forzaron a abandonar
versus la tortura que le espera en un momento que desconoce del
mundo que le obligan a habitar. La observación que sintetiza
esta vivencia de la dualidad se refiere a los distintos tipos
de espera que genera cada uno: "El balneareo de Santo Domingo
los esperaba a ellos. A nosotros . . . cualquier cosa" (15).
La desesperación que le nace a Miguel al saber que ha perdido
su hora marca la connotación que Rojas le da al tiempo,
usándolo como recurso poético que nos remite una
y otra vez tanto a la angustia por lo que quedó atrás
como a la ansiedad por lo que vendrá. El aferrarse a la
hora significa también para el autor el no querer abandonar
los parámetros de referencia que tenía antes, aunque
a la entrada al campo le hayan quitado el reloj y el maletín
(47). De hecho, el tiempo cronológico es el único
referente concreto que puede exorcizar el pánico que produce
la espera interminable de una condena injustificada, la tortura
o la muerte. El esfuerzo por mantener la conciencia alerta, semejente
al de Valdés, conlleva un esfuerzo por mantener vivo ese
referente. En esta primera escena es su amigo quien encarna este
imperativo de calcular la hora del 'afuera, para medir en este
caso la dimensión de su fracaso. A partir de su muerte
será el protagonista el encargado de volver sobre este
punto central, pero el autor siempre organiza los diálogos
de manera que otros personajes hagan alusión a la temporalidad,
la cual va asumiendo diversos matices que se complementan para
dar la noción del absurdo de un medio donde el sol, responsable
del tiempo regular habitual, está "como detenido sobre
nosotros" (15) y donde no hay más testigos que la
luna (18).
--¿Sabes?
--dijo-- siempre he tenido mala suerte en el amor. ¿Te
acuerdas cuando estaba en el liceo?, mi primera polola me dejó
por un cadete de la Escuela Naval, y ahora los milicos me cagan
el matrimonio . . .
Dos horas después lo volvieron a llamar a interrogatorio.
Casi a la medianoche lo trajeron de vuelta. Estaba muy mal .
. . En una camilla lo retiraron del campamento, según
lo que nos dijeron las enfermeras, sería trasladado al
Hospital San Antonio.
Esa misma tarde, el suboficial Carriel vino a retirar los efectos
personales de mi amigo. Su carnet de identidad, una corbata
y la foto de su novia.
¿En qué imprenta estarán arrumbados esos
partes de matrimonio pagados por anticipado y pedidos con apuro?
¿Dónde estará colgado ese hermoso vestido
blanco que iba a usar la novia de Miguel?. (18-19)
La
tarde del sábado a la que se refiere el título del
capítulo es la tarde de la muerte de Miguel. Por lo tanto
la fecha encierra un cúmulo de connotaciones que no tienen
que ver con la mera cronología. Al final del capítulo
aparece la clave del nombre de la obra y de esta reiteración
tropológica del tiempo: "Esto es algo de lo que viví
al ser llevado a un interrogatorio SOLO POR CINCO MINUTOS, ese
martes de LA PRIMERA QUINCENA DE FEBRERO" (19). De esos cinco
minutos Rojas nos cuenta sólo tres, es decir que el testimonio
apenas cubre un lapso de su experiencia en manos de los militares,
detalle que lo diferencia de todos los testimonios que conocemos.
La cronología, entonces, es incompleta, lo cual vuelve
a probar que su objetivo central no es el de ordenar los acontecimientos
en el tiempo para transmitirnos una información (función
comunicativa), sino el de darle forma a ciertas emociones mediante
la organización de los acontecimientos dentro de un período
que produjo un cambio radical en su existencia. Además
de su función expresiva la cronología cumple, en
conjunción con todos los otros aspectos del devenir "exterior"
e "interior", la función de otorgarle múltiples
significaciones a un texto que trata de despojar al lenguaje de
su ambigüedad en aras de producir un discurso fidedigno que
pueda servir además como vehículo de información.
Es el mismo recurso que utiliza Valdés quien, según
explica Lucía Guerra Cunningham en Texto e ideología
en la narrativa chilena, intenta "desliteralizar la experiencia
autobiográfica", pero que no lo logra porque "la
información misma está sujeta a un proceso ficcionalizador"
(229). En Mis primeros tres minutos dicho proceso se estructura
a partir del tiempo.
La sección "23 de enero de 1974" marca el momento
en que se desencadena su drama personal, cuando es detenido en
su lugar de trabajo. Otra vez el título tiene que ver con
la fecha y no con la hora porque aún no se ha iniciado
su periplo como recluso, marcado exclusivamente por esa alusión.
La primera frase enfoca el parámetro más amplio
del título: "A las doce y media de la mañana
el Canal 7 estaba en plena ebullición" (23), y a partir
de ahí la sucesión que marca el reloj marca un ritmo
agobiante: hay por lo menos una o dos por pagina: "Pasados
unos minutos llegó . . . Pasados unos minutos, salió
. . . " (24). Estas pautas narrativas pertenecen a la forma
de la crónica: "y luego . . . . y luego . . . . ",
pero no se trata de una crónica 'naive' sino irónica,
que utiliza dicha forma de manera conciente, quizá porque
no cree en la eficacia de las formas determinística o escatológica
para contar la vivencia del terror.
La cronología le da una aparente lógica y continuidad
al relato de situaciones que, por considerarse absurdas, carecen
de ambos atributos. En este capítulo aparece la primera
de una serie de escenas presentadas como absurdas, y dentro de
ese marco, el leitmotif:
--¿Usted
es Emilio Rojas?
--Sí señor.
--Considérese detenido y no trate de hacer nada, porque
la guardia del canal está sobre aviso.
--Perdone, pero no entiendo de qué se trata. Yo he venido
a firmar un contrato. ¿No habrá una equivocación?
--No, que yo sepa. La orden que yo tengo es detenerlo hasta
que vengan a buscarlo del Servicio de Inteligencia.
Al decir eso, del cajón de su escritorio sacó
un frasco de Valium 15, ofreciéndomelo--. La semana pasada
yo también tuve que ir a hacer una declaración
al Servicio de Inteligencia.
Yo no sabía qué pensar. Mi socio estaba esperando
en Pudahuel, yo me encontraba detenido, y el Jefe de Seguridad
me ofrecía un Valium. . . --Señor, le dije, de
verdad no sé por qué me detienen.
--No se preocupe -respondió el Comando--. Seguramente
será una declaración sin importancia. Tenga fé
en la Justicia Militar. Ahora no es como antes. Es casi seguro
que va a ser sólo una declaración de cinco mintutos.
(25-26; subrayado mío)
La
apariencia de lo absurdo surge de la distorsión de los
parámetros cotidianos que la represión implementa
para ocultar la información real. El juego de Rojas es
doblemente irónico, porque ironiza con la ironía
del otro. El que conoce la totalidad del 'ritual' desde el principio
juega con la ignorancia de la víctima, pero una vez que
ésta aprende el significado doble de los términos,
puede jugar con él y agregarle uno nuevo: contar 'tres'
de los 'cinco'. La experiencia de Rojas consiste en la lenta y
dolorosa captación del sentido equívoco de la expresión,
a lo largo de meses de vejámenes en tres campos de concentración:
"Londres 38, Tejas Verdes y el Estadio Chile". En un
principio no puede creer que se trate de un engaño, de
un juego de palabras que encubre el juego con la propia vida:
--Bueno señor, le puedo decir que no sé por qué
estoy aquí, no he hecho nada malo . . . .
--Ah, usted considera que esto es injusto.
--No señor, sé que vine a un interrogatorio por
"cinco minutos", como me dijeron en Santiago.
--¿Quién le dijo eso?
--El jefe de Seguridad del Canal 7, señor.
--¡Así eh!, eso es todo. Bueno, entonces disculpe
todo lo malo.
--No señor, no hay nada que disculpar.
--Bueno, entonces mejor, señor Rojas.
Se produjo un silencio, la verdad es que no podía creerlo,
pensaba que los milagros existían y que la justicia también.
--¡Empeloten a este mentiroso concha de su madre!--fue
el grito de la única voz que había escuchado .
. . .
Nunca me desvestí tan rápido. Me sentía
ridículo . . . desnudo y encapuchado.
--¡Putas el huevón hediondo! se pasó.
En mi desesperación reí para mis adentros. Por
lo menos mi estrategia estaba dando resultados. (132-33)
La estrategia a la que se refiere es otra de sus artimanias para
influir en la situación aunque pretendan dominarlo totalmente,
uno de sus mecanismos de defensa planificados:
A medida que pasaban los días, fui tomando conciencia
de lo que podría pasar, porque a través de los
relatos de mis compañeros de pieza, que por turnos, iban
siendo llamados a interrogatorio, empezaba a comprender que
aquéllo no era chacota. Traté de defenderme. Estudié
la forma más primitiva de autodefensa. Busqué
ayuda en mi propia pestilencia. Cada vez que iba al baño
a mis necesidades, usaba la mano para limpiarme y ésta
la refregaba por mi cuerpo. Se necesitaba mucho valor y amor
por conservarse vivo, para soportarlo. Pero en ese momento lo
creía de vital importancia. Pensaba, y no me equivocaba,
que lo fuerte de mi hedor, ahuyentaría las ganas e interés
de los interrogadores por mi presencia. Y así fué.
(82-83)
Al interpretar su pasado mientras lo cuenta, el autor selecciona
estas escenas para demostrar su lógica en contraposición
a la irracionalidad de un sistema que define por el absurdo. Para
transmitir la vivencia de lo carnavalesco, arbitrario o ridículo
se inspira en ciertos paradigmas artísticos y filosóficos,
de ahí las referencias intratextuales a Fellini, Kafka,
Ionesco:
Parecía
una fiesta de disfraces, o una escena de Fellini. Allí
se encontraban hombres con pijama, bata de levantarse y zapatillas,
obreros con mameluco de trabajo, empleados de hospital con su
delantal blanco, otros en mangas de camisa, y los menos, como
yo, con vestón y corbata. (27)
Todo era kafkiano, absurdo completamente . . . . Tenía
frío, hambre, no podía dormir, no podía
hablar, estaba vendado, no tenía amigos, y lo más
importante, no sabía explicarme por qué estaba
en esto. (43)
En la enfermería, solícitamente, dos jóvenes
enfermeras me prestaron ayuda. Parecía una obra de Ionesco,
allí nos curaban asiduamente, sin preguntas, como ignorando
el por qué de nuestras dolencias y achaques. (147)
--Buenas tardes,-- dije. Todos miraron en silencio. Me acerqué
a uno con cara de buena persona y pregunté:
--¿Qué se hace aquí?
--No sé-- respondió. --La mayoría llevamos
más de una semana y aún no nos dicen nada. Sólo
hay que esperar.
--¿Esperar? -dije-- se supone que yo vengo a una declaración,
no tengo tiempo que perder. Tengo muchas cosas que hacer, así
es que pediré que me desocupen luego. La risa fue general.
(27-28)
El absurdo es, además, la atmósfera misma en la
que se sumerge el protagonista a partir de su secuestro, como
el universo de lo inesperado e ininteligible. En ese mundo los
personajes asumen lo extraño sin sorpresa. El que nada
les llame la atención parece obedecer a que asimilan otras
leyes a las de la cultura compartida por autor y lector. La insistencia
en la hora, en este contexto, tiene aún más connotaciones,
ya que equivale a su rechazo de esas leyes. Su obsesión
por el tiempo es un estilo propio de negar ese mundo que otros
aceptan con inercia. Su actitud es humana en la medida en que
ese sistema no logra quitarle la espontaneidad, la imaginación
para desafiar problemas y el deseo mismo de tomar iniciativas.
Cada vez que se le presenta la oportunidad, reacciona de una manera
que a los otros les resulta sorprendente, aunque se trate de la
simple respuesta a una pregunta que se les formula. En general
reconoce seguir la sugerencia de un tercero, pero es él
quien se atreve a salir del anonimato:
Una
vez que terminamos de cantar, el suboficial impartió
las órdenes:
-- . . . Necesito un voluntario o alguien que me dirija el coro.
Nadie decía nada. Maldonado me miró y me dijo:
--Ofrécete tú-- lo miré y no dije nada.
Carriel volvió a insistir:
--Hay alguien de ustedes que haya estudiado música.
Nadie contestaba. Habían obreros, campesinos, profesores,
empleados, juventud, etc., pero los ánimos y tal vez
el tiempo que llevaban, les había quitado las ganas y
el espíritu de colaborar y por último era tan
inutil lo que pedía Carriel, que de qué podría
servir aprender o no una estrofa del Himno Patrio. Finalmente
levanté el brazo ofreciéndome. (64-65)
En esa medida es un héroe, pero no logra mantener dicho
status porque muchas de sus determinaciones culminan en fracasos.
Un ejemplo clave es su interrogatorio, en el séptimo capítulo
o "Minuto 2 con 30 segundos", en el que decide mentir
a partir de cierto consejo que un amigo le ha dado:
Recordé
los consejos de Maldonado . . . miente, cuando no puedas aguantar
más, inventa cualquier cosa pero no guardes silencio.
Después podrás justificarte argu-mentando que
lo hiciste porque no aguantabas el dolor. (135)
Al
inventar la historia que los torturadores quieren escuchar termina
dando nombres de dos de sus supuestos cómplices (142).
El comentario clave que intercala entre las vívidas escenas
del ritual del interrogatorio (133-43) muestra al personaje como
un ser de carne y hueso, vencido finalmente, como Valdés
ante idénticas circunstancias: "no tenía elección,
además pensé que no se atreverían a detenerlos".
Ambos en ese momento eran asesores civiles de la Junta" (142-43).
Pero al ver a sus amigos en el campamento, se da cuenta que otra
vez su lógica le ha fallado: los han detenido a raiz de
su declaración. Sin embargo supera la sensación
de culpa cuando en otro interrogatorio esos 'amigos', enfrentados
a él, lo maltratan y lo acusan de haber causado la muerte
de terceros. Nota que le están mintiendo y pretende arrepentirse,
con lo que demuestra que su iniciativa vuelve una y otra vez a
funcionar como mecanismo de sobrevivencia:
--No señor, no puede ser-- mi voz era fingida de llanto
--no lo puedo creer. Por mi culpa señor, merezco morir,
por esto señor.
--Y vas a morir hijo de puta.
--Si señor, quiero morir . . . . Máteme de una
vez. (153)
Rojas
no es un héroe, y tiene motivos para no serlo. Su situación
de víctima le impide asumir una actitud heroica, que surge
si se tiene fe en una causa que se defiende. En su caso no hay
fe. A diferencia de sus héroes del cine, como Ives Montand,
él es un antihéroe que llora, se contradice y sufre,
impotente, ante las circunstancias que lo rodean
Cuántas veces esta situación la había visto
en el cine, recordé la película Z. Evoqué
a Ives Montand, recordé series de televisión donde
siempre el jovencito o protagonista de la serie, una vez que
se suelta las amarras y está libre, intenta la fuga o
doblegar a sus enemigos. Ahora tenía la oportunidad de
emolarlos, pero pobre de mí, tenía miedo. Faltaba
coraje, pero lo más importante, faltaban motivos ¿Por
qué hacer tal cosa?, si no estaba en guerra, ni era delincuente.
Simplemente había sido llamado entre comillas a un interrogatorio
de rutina. Estaba angustiado. (31)
En el capítulo segundo hay un ejemplo clave de su impotencia
frente a la supuesta potencia sexual de un guardián que
viola a una de las prisioneras en presencia de todos los reclusos.
Estos no pueden ver ni moverse pero pueden oír y percibir
lo que sucede: uno de los hombres encargados de amarrarlos y cuidarlos
desata a una mujer, la ubica en el suelo y la cubre con mantas
con la excusa de hacerla sentir mejor. La tutea, y al contrario
del trato que le dan a los prisioneros, parece tenerle consideración.
La descripción de la violación la realiza mediante
una analepsis a sus juegos sexuales infantiles con primas y vecinos.
'Jugar al doctor' tenía una inocencia totalmente ajena
a lo que estaba viendo gracias a su venda mal colocada.
Qué
lástima que nunca se nos ocurrió jugar al detenido,
al bueno y al malo, a la venda sobre los ojos y al amarre a
una silla. Porque así me sería más fácil
soportar lo que estaba viviendo.
Volvieron a sonar las campanas. A escasos metros míos,
el hombre seguía ganando la batalla de poseerla. (38)
Siempre
su estilo directo y escueto y la constante apelación al
mundo que sigue marcando las horas, ajeno a esta dimensión
siniestra. El tiempo de las campanadas marca la hora y su desconsuelo,
mientras que su tiempo subjetivo va y viene en el flujo de la
conciencia. La comparación entre pasado y presente lo lleva
a la autocrítica, es decir que el eje temporal es el punto
de apoyo para mostrar los cambios que se van produciendo en su
conciencia.
Cómo
nos reímos en aquélla oportunidad. La mujer de
Aguirre dijo:
--Qué exagerados son esos marxistas. Cómo mienten.
Miren que van a detener gente, vendarla, ultrajarla. Qué
desesperados están. No conozco ninguna mujer que le haya
pasado eso.
Todos habíamos concordado en lo mismo, pues yo, siendo
de izquierda, no había tenido conocimiento de lo que
realmente ocurría. Ahora me consideraba un tonto, un
imbécil. Como periodista debí haberme preocupado
de estar informado. Recordé la frase del Comando de Canal
7:
--Tenga confianza en mí, señor Rojas. Va a ver
que es una declaración por sólo "cinco minutos".
¿Qué clase de reloj se usará en el ejército?
A lo mejor, a las horas o a los días les llamaban minutos.
(39-40)
Cada vez que la amenaza del traslado o de la muerte se repiten,
la angustiosa presencia del tiempo, prácticamente convertido
en personaje, vuelve a perfilarse:
¿Qué podría estar pasando?, mi vida estaba
en juego. Sabía que hoy era el día. Así
lo habían dicho: "El lunes terminamos contigo .
. . " la angustia y los nervios me dominaban por completo.
Así pasaron dos horas. (170)
Se podría interpretar el libro como una narración
que gira alrededor de la ironía y la tragedia. La ironía
surge a partir del título, como señaláramos,
porque se apropia de las palabras de sus secuestradores para que
el lector las confronte con su significación real. Al confrontar
la afirmación que hace del tiempo el victimario con la
experiencia que la víctima llega a tener de él,
el público capta de inmediato la mala fe de los que organizaron
ese método de detención. Un elemento supuestamente
compartido por ambos bandos, como el reloj, muestra la falacia
de las versiones autoritarias que niegan lo que está 'a
la vista'. Es una crónica irónica que logra la secuencia
de una trama, porque si bien el recuento aparece como una sucesión
objetiva de hechos, en el texto funcionan mecanismos estrictamente
narrativos: creación de suspenso mediante la inmersión
del lector en la atmósfera de la espera, uso de lenguaje
figurado, reconstrucción creativa de diálogos, descripciones
mediante tropos e intensificación de la tensión
dramática en las escenas determinantes de la historia (secuestro,
tortura).
La ironía se encuentra además en ciertas expresiones
que aluden a represión: "A medida que transcurría
el tiempo iban llegando más 'veraneantes' obligados al
'Balneareo de Tejas Verdes'" (95), mientras que lo trágico
es la descripción de escenas en las que el poder se impone
brutalmente sobre los proyectos y la vida misma de los individuos,
encontrando su punto culminante en la violación, la tortura
y la muerte. En los momentos de mayor tensión utiliza un
lenguaje poético y figurativo que ahonda la vivencia de
lo trágico, y la intensidad se multiplica para el lector
por el pacto de verdad que ha hecho con él. Los comentarios
del autor sobre su propio pasado también subrayan este
aspecto a nivel conceptual:
En
esta trágica realidad de "ellos o nosotros",
eran ellos los que tenían la justificación, incluso
entregada por muchos de nosotros, y eran también ellos
los que tenían la fuerza. (78)
Funciones
comunicatica y expresiva
El relato no se centra en la comunicación de datos, si
bien da explicaciones muy precisas sobre los personajes, sus acciones
y ambientes. Le da autenticidad al texto con mecanismos de comunicación
no literarios como la incorporación de fotografías,
un mapa, documentos y artículos de diarios de la época.
Incluso utiliza recursos visuales dentro de la escritura, colocando
en mayúsculas palabras que quiere destacar: "'ZONA
MILITAR' 'MARCHA LENTA''' (15). "MIEDO, PANICO" (107).
"--¡Por qué tenés el carnet de MARIO
GOMEZ LOPEZ . . . !" (140). "IANBO sabe quien soy"
(165). El efecto visual se incentiva también mediante referencias
intratextuales a la cinematografía: "Cuando su ánimo
estaba mejor, hasta zapateaba, recordando a su ídolo Fred
Astaire . . . " (98).
El propósito, como en todo testimonio, es dar una versión
fidedigna y dejar constancia de sucesos vividos, pero el hecho
que hayan pasado quince años desde su secuestro hace que
la elaboración de lo íntimo asuma un rol hegemónico.
La presentación de los estados emocionales no se reduce
a los propios sino que logra captar los procesos internos de otros
personajes que va conociendo.
Si comparamos su visión de la situación de la mujer
en el campo con la de Valdés, notamos una diferencia radical.
Rojas no sólo trata de comprenderla sino que reconoce el
doble sufrimiento de quienes, además de sufrir las torturas
de rigor, son violadas y son forzadas a engendrar hijos de los
torturadores en sus entrañas. El "Minuto 2 con 25
segundos", que equivale al sexto capítulo, está
dedicado a la mujer, a valorar su actuación en el contexto
del país y del campo de reclusión. La expresión
es la función de estas páginas, siempre en relación
con la comunicación que nos brinda sobre el tema:
Cuando se escriba la historia sobre la importancia que en un
país como Chile ha tenido la mujer, con toda seguridad
habrá que detenerse largamente a analizar el gran papel
que jugó en esos convulsionados días. Recordemos
que de ellas partió todo. Allende estaba en la Moneda,
cuando la mujer opositora a su gobierno salió a la calle.
Se podrían decir muchas cosas, que fueron utilizadas,
empujadas a ingresar a la vida política. Es posible.
Pero no por eso se le puede restar el gran mérito y valor
para hacerlo.
En otra barricada, la mujer de izquierda también cumplía
un rol importante defendiendo su gobierno, luchando codo a codo
en la fábrica, en la industria y en su casa para tener
un equilibrio en esos desequilibrados días de la experiencia
socialista, en la cual, sin ninguna excepción, todos
los chilenos colaboramos, con intención o sin ella, a
sembrar el futuro que hoy vivimos.
Qué ejemplo para nosotros, sobre todo su presencia se
agigantó el mismo 11 de septiembre. Lo vimos todos. Algunas
en las embajadas, tratando de ayudar a su compañero asilado.
Otras, buscando la pista hasta encontrar a su marido detenido.
Las más, luchando en su inocencia e idealismo, en busca
de combatir y derrotar el proceso militar. Y están en
eso todavía. (87)
En esta página manifiesta una actitud poco común
en otros testimonios de hombres, y es la valoración de
la figura de la mujer con tanto énfasis. Bonasso, en Recuerdo
de la muerte, hace alusión a conducta heroica de las mujeres
de los dos protagonistas, pero Rojas transforma el tema en un
foco que se reitera en momentos claves del relato: la violación
(37-41), en la escena inicial en la que los desaparecidos esperan
sus interrogatorios o traslados; en todo el segundo capítulo
que transcurre dentro del campo, en el que la escena clave es
el encuentro casi romántico con la joven violada; y en
los testimonios de mujeres que recoge en la camioneta que los
aleja de Tejas Verdes, como la aplicación de corriente
en el útero de una campesina, lo que provoca la muerte
de su feto (175-78). La actitud agradecida frente a quien fuera
su compañera en esa época, la Rucia (166) completa
esta toma de posición de Rojas que va más allá
de las ideologías partidistas, ya que su intención
es destacar el valor de todas ellas: de derecha, de izquierda;
jóvenes, viejas, educadas o ignorantes.
Esta prioridad que le otorga a los personajes y temas de la mujer,
entonces, es comunicativa en la medida que informa al lector sobre
el papel concreto que desempeñó en el contexto chileno,
pero es además expresiva por la forma en que narra sus
conflictos y sentimientos en relación con los propios,
como en el encuentro en el "guáter" del testigo
con la Profesora.
--¿Quieres un cigarrillo?
--No puedo creerlo, fue mi respuesta--te pasaste realmente.
Eres toda una afortunada.
--Puede ser--me dijo, al tiempo que por las ranuras de las tablas
me lo pasaba. Mis dedos fétidos rozaron los suyos y ella
no los quitó. Muy por el contrario se aferró,
no sé si fueron minutos o segundos, los que permanecimos
así, unidos, su uña larga y afilada, se enterró
en mi yema. El silencio era absoluto. No era amor ni romance
alguno el que nos movió a esa acción. Era la impotencia,
la desvalidez, el desamparo en el cual nos encontrábamos
y en ese contacto nacía una solidaridad que nos unía.
Ella rompió en llanto. Atrás quedó la imagen
de mujer fuerte de los primeros instantes.
--Parece que estoy embarazada. Parece que voy a ser madre y
no quiero serlo-- dijo desprendiéndose de mi dedo, mientras
llevaba sus manos a la cara. Lloraba desconsoladamente. (90)
Rojas
construye un melodrama que resulta trágico porque es cierto
de acuerdo al pacto de verdad implícito en todo testimonio.
Selecciona las escenas más dramáticas que recuerda
y las presenta a través de diálogos directos que
supuestamente mantuvieron los personajes. Aunque un lector atento
sepa que la memoria no permite la rememoración de tantos
detalles, el texto trasunta una verdad que minimiza el cambio
de circunstancias o palabras que puedan producir el olvido y el
tiempo.